Cuatro días, tres noches durmiendo todos juntos, comiendo en el suelo y dependiendo de pastillas contra el mareo para sobrevivir.
De un bus con un monje loco hediondo a pipí pasamos al auto de un taxista que seguro nos quería secuestrar.
Hace algún tiempo, cuatro amigos decidimos hacer lo que bautizamos como el “eurofurgonetatrip”, un inolvidable viaje por Europa.
Historias de grandes exploradores llenan cada uno de los rincones de la Antártica, que me llaman a gritos para salir a conocerlos.
De por sí este país tiene un encanto especial, pero recorrerlo en campervan fue el toque mágico a esos lindos paisajes verdes.
Me atrae el hecho de estar en un constante movimiento parejo y mirar por la ventana viendo pasar esta película que acompaña las líneas del tren.
Hace unos días recordé con especial cariño ese primer cumple lejos de Chile y de mi gente, aunque con la persona más especial de todas: mi marido.
Fueron demasiadas desgracias en muy poco tiempo. La solución que el psicólogo no fue capaz de darme la encontré en mi mochila. Así, una vez más, viajar me sanó el alma.
Tengo tantos sueños viajeros que no podría elegir uno solo. Pero hay uno de estos viajes imaginarios que tengo entre ceja y ceja.
Tráfico de locos, comida deliciosa y ¿dengue? Mi agitada llegada a la vibrante ciudad vietnamita no fue lo que tenía en mente.
En un viaje por Uruguay me quedé corta de plata pero eso no me impediría terminar mis vacaciones. Por eso, la idea de ahorrar haciendo dedo fue lejos la mejor que tuve.
Irse a viajar por mas de un año sin nunca haber mochileado antes. ¡Cualquiera lo puede hacer!