Europa en furgoneta


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Este viaje ya tiene sus años. Hace algún tiempo, cuatro amigos decidimos hacer lo que bautizamos como el “eurofurgonetatrip”, que hasta tuvo su propio blog. Mil novecientos ocho kilómetros, tres países, siete ciudades, dos pueblitos de película, cuatro CD’s con música y un Año Nuevo en la Plaza de Cataluña con una botella de champaña de 3 euros.

 

Tres chilenos nos encontramos en Barcelona, llegando desde Chile, Suecia y Alemania, para ir a buscar la Peugeot Partner plateada que habíamos arrendado y que sería nuestra casa por los próximos días durante nuestro recorrido por Europa en furgoneta. Salimos de la ciudad y tomamos la carretera para pasar a Francia. Llegamos a Mónaco en la noche y al día siguiente fuimos a la estación de trenes a recoger a la cuarta integrante.

Peugeot Partner

Nuestra Peugeot Partner

Cruzamos a Italia y llegamos a Génova, la capital de la región de Liguria. Desde sus orígenes, la vida de esta ciudad ha estado ligada al mar. Durante varios siglos, en la Edad Media fue una de las cuatro grandes repúblicas marítimas que dominaban el Mediterráneo por esos años: Amalfi, Venecia, Pisa y Génova, que más tarde serían anexadas al reino de Italia. También se dice que es el lugar de origen de uno de los aventureros más célebres de Europa y el más importante para América, el que definiría la historia moderna y el rumbo de toda la civilización occidental. Aunque hasta hoy algunos historiadores siguen discrepando de su origen, es aquí donde está la casa-museo de Cristóforo Colombo, como le dicen allá, Cristóbal Colón para nosotros. Hoy el enorme puerto de Génova, el más grande del país, está lleno de réplicas de carabelas y alberga uno de los acuarios más grandes del mundo.

Lo más lindo de Liguria son sus costas con poblados coloridos, con casas de colores que, como mini Valparaísos, cuelgan de los cerros. En la provincia de La Spezia está Cinque Terre, un parque nacional compuesto por cinco ínfimos pueblitos que son Patrimonio de la Humanidad, donde no entran autos, no hay ruido y los días pasan entre las naranjas que caen de los árboles y las ropas que cuelgan de las ventanas. Entre un panini de dos euros y un helado artesanal mientras se mira ese mar calipso, tranquilo e inamovible.

Vernazza, Italia

Vernazza, en Cinque Terre

La Riviera Francesa sin presupuesto

Después de unos días en Italia nos devolvimos a Francia para empezar el recorrido por la célebre y distinguida Costa Azul, que hicimos bordeando la increíble ruta A-8 que recorre desde Mónaco a Marsella.

No hay nada más elegante que Mónaco, el principado que encantó a Grace Kelly, dueño de un lujo único. Un lugar en que sin ser ostentoso, los Ferrari son parte del paisaje, y donde nuestra furgoneta gitana, llena de mochilas, sacos de dormir, toallas secándose en las ventanas y desodorante para zapatillas, no encajaba por ninguna parte. Estar en  Montecarlo es como caminar por el Upper East Side de Manhattan y pensar “claramente no pertenezco a este lugar”, es como Punta del Este multiplicado por mil, donde los millonarios trotan por la costanera mientras nosotros admiramos sus yates comiendo pan con mermelada.

Yates en Mónaco

La lujosa vida en Mónaco

Niza es uno de los lugares más lindos en los que he tenido la suerte de estar. Está a unos 20 minutos de Mónaco y con sus 350 mil habitantes es la principal ciudad de la Riviera Francesa. Allí es donde vacacionaba la Reina Victoria de Inglaterra a fines del siglo XIX, donde Renoir conoció a Henri Matisse, donde éste último pasó sus últimos días y donde pintó Ventana en Niza. Aquí, donde nació toda esta historia de aristócratas, famosos y millonarios, uno puede perderse entre las pintorescas calles del barrio antiguo, entre los cientos de puestitos que venden flores, pescados, especias y aceitunas, y pasear por el Promenade des Anglais viendo cómo el sol se pone en el Mediterráneo, sin gastar ni un euro.

Después de manejar una media hora por la costa se llega a Cannes, el balneario mundialmente famoso porque cada mayo sus calles son secuestradas por las mayores estrellas de la industria cinematográfica del mundo, que compiten de igual forma por los flashes de las cámaras y por llevarse la preciada Palme d’Or para la casa. En diciembre es todo lo contrario; el Boulevard de la Croisette está desierto, sólo para nosotros, para tomar café con croissants mirando el mar y para subirnos a todos los juegos de la feria de Navidad.

Clint Eastwood en Cannes

Las manos de Clint Eastwood en Cannes

Todo empezó cuando, en los años 50, Brigitte Bardot decidió que éste sería su balneario favorito y se instaló. Desde allí en adelante, el tranquilo poblado costero de Saint Tropez, con sus escasos 5 mil habitantes, nunca más sería el mismo, menos después de que en 1956 sirviera de locación para la desinhibida Y Dios creó a la mujer. Han pasado 60 años, pero el antiguo pueblo de pescadores sigue siendo el preferido de las celebridades; desde Leonardo di Caprio y Paris Hilton a Kate Moss y Giorgio Armani, todos van a Saint Tropez para ver y ser vistos en las envidiables playas, en sus yates y en las tiendas de diseñadores que se pierden entre los pintores y los coloridos mercados donde los locales venden pescados, frutas y baratijas por un par de euros. Allí arrendamos un pintoresco departamento donde por fin nos bañamos en duchas de verdad y donde pudimos cocinar nuestra comida de Año Nuevo.

Después de una rápida y poco memorable pasada por Marsella decidimos seguir a Barcelona. Llegamos el 31 de diciembre tipo 10.30 de la noche a buscar estacionamiento. Equipados con copas de plástico y la champaña más barata que encontramos, llegamos a la Plaza de Cataluña justo a tiempo para despedir el año viejo agradeciendo por este viaje memorable en que por pocos euros paseamos por algunos de los lugares más lindos y más caros de Europa. Lo haría de nuevo sin pensarlo, pero lo mejor de hacerlo a los 20 es que no te importa nada, ni comer colados de guagua de almuerzo, ni el dolor de espalda de dormir 10 días en un auto, ni ducharte en la Shell de la carretera, ni que tu cena de Año Nuevo sea una lata de atún, arroz con choclo y mayonesa, y un flan de vainilla del supermercado.

Casa Batlló, Barcelona, España

Casa Batlló en Barcelona

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