Un aterrador viaje de Myanmar a Bangkok


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De un bus con un monje loco hediondo a pipí pasamos al auto de un taxista que seguro nos quería secuestrar. Todo para poder volver de Myanmar a Bangkok.

 

Nuestro paso por la ex Birmania fue corto pero intenso: estuvimos sólo dos semanas descubriendo un país que da la sensación de estar en India ¡pero hace 500 años! Después de pasear de lo lindo por Mandalay y las pequeñas ciudades imperiales que la rodean, de navegar por el río Ayeyarwadi hasta el antiguo reino de Bagan, y de navegar el lago Inle, se venía la aventura para lograr salir de Myanmar y volver a Bangkok.

Nos pasó a buscar un tuk tuk que nos dejó en un cruce de carretera donde debíamos esperar nuestro bus nocturno de Inle a Mandalay. Finalmente, y tras casi dos horas de espera, pasó nuestro bus. Íbamos pocos, pero en el camino se empezó a subir más gente, todos locales. Ya eran como las 10 de la noche, la gente en el bus dormía y de pronto paramos para que se subiera un nuevo pasajero, que resultó ser un monje.

Bagan, Myanmar

En los templos de Bagan

Se sentó al lado nuestro. Olía mal, muy mal. Sus rojizos ropajes expelían un fuerte eau de toilette con olor a pipí. Y comenzó a hablar solo muy fuerte. La gente se despertó, pero por allá respetan mucho a los monjes, así que nadie lo iba a hacer callar. Lo observé y me di cuenta de que tenía algo pegado a su mejilla mientras hablaba; un celular, pensé.

El monólogo del  monje se estaba extendiendo demasiado. No hablaba, gritaba, y la gente quería silencio. Lo seguí mirando hasta que me percaté de un detalle que le comenté a mi marido: «¡Cacha! ¡Lo que tiene en su mano no es un teléfono, es su billetera!”. Y así estuvimos como una hora más muertos de la risa mirando a este viejo loco que le contaba quizás qué cosas a su billetera, hasta que al fin «se despidió y cortó».

Y así pasaron las horas, sentados en un bus toda la noche al lado del «monje loco», como le pusimos. Por supuesto no pudimos dormir nada y llegamos a Mandalay a las 4 AM. Estaba aún de noche y no sabíamos qué tan lejos quedaba el aeropuerto. Al mediodía salía nuestro avión a Tailandia y la estación de buses no era nada. No tenía baño ni cafetería para tomar desayuno, nada. Como no nos íbamos a quedar ahí esperando que amaneciera, decidimos irnos al aeropuerto.

Atardecer en Mandalay, Myanmar

Mandalay

Tremendo susto rumbo al aeropuerto

Después de regatear con un par de taxistas decidimos partir con un señor que se veía muy amable como cualquier birmano. Pusimos nuestras mochiles en la maleta del station y se subieron al auto dos personas más, uno de copiloto y otro atrás de nosotros. Mi marido le preguntó al chofer si acaso era necesario ir con compañía y él, muerto de risa, nos dijo que nos relajáramos porque eran sus amigos. Bueno, no teníamos mucha opción y confiamos.

Estaba de noche, muy oscuro, e íbamos en medio de una carretera que apenas tenía unos faroles que iluminaban el camino. En ningún momento sentimos una energía de peligro. Hasta que de pronto ¡el tipo se salió de la carretera! Comenzó a andar por un camino paralelo que estaba más oscuro aún y nos miramos alerta. Mi marido le dijo que íbamos al aeropuerto, ¿qué camino era ese? Empezamos a hablar entre nosotros sobre la situación. ¿Qué hacemos si para el auto? ¿Qué hacemos si…? Nooo, chao, no pensemos en eso. Nuestros corazones estaban disparados. Éramos dos contra tres. Yo me senté como de costado «súper relajada» conversando con mi marido, con un ojo encima del tipo que iba atrás de mi amado. Nos tomamos la mano fuerte y hacia mis adentros recé por nuestras vidas.

Amarapura, Myanmar

Amarapura

El momento de tensión duró entre cinco y diez minutos, pero para nosotros fueron horas. De los siete meses que duró nuestro viaje por Asia, este fue el único instante donde sentimos miedo. Pero gracias a Dios, mis abuelitos y todos los ángeles que nos cuidan, no pasó nada.

El tipo que manejaba simplemente tomó un atajo para llevarnos al aeropuerto y todo lo demás fue una fuerte influencia hollywoodense. Y ahí nos dejó, en medio de una noche oscura, en un aeropuerto que estaba completamente vacío. Estar tocando la puerta de vidrio de un aeropuerto para ver si venía un guardia que nos dejara entrar es lo más surrealista que me ha pasado, hasta que llegó alguien con cara de «me despertaron» que nos abrió. Nosotros figurábamos dentro de un aeropuerto de capital completamente cerrado y muerto. Los trabajadores llegaban a las 6:30 AM y eran las 5 AM. Nos fuimos a un rincón de un café para intentar dormir en el suelo, pero no pudimos por culpa de un zancudo hijo de fruta y su insoportable banda sonora.

Fueron largas horas de espera con nuestros cuerpos desconfigurados. Y sin darnos ni cuenta, ya estábamos arriba del avión que nos llevaría de vuelta a las tierras de los masajes thai.

Y así fue como cerramos otro alucinante capítulo de nuestra larga travesía asiática.

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