Mi primer viaje a dedo
En un viaje por Uruguay con más ganas que presupuesto, me quedé corta de plata pero eso no me impediría terminar mis vacaciones. Aunque en ese tiempo no disponía de tarjeta de crédito y sólo llevaba lo justo de efectivo, la idea de ahorrar haciendo un viaje a dedo en la carretera fue lejos la mejor que tuve.
Las vacaciones por Uruguay en enero de 2013 estuvieron planeadas desde el primer día que tuvimos la idea. Mis amigas y yo nos juntamos en una casa a ver hostales y a calcular gastos de lo que más o menos nos iban a salir los buses y la estadía, pero como nada es certero, obvio que todo cambió.
Siempre supe que en nuestro tour por Uruguay yo iba a ser la única que querría conocer Punta del Este. Íbamos cuatro mujeres de viaje, pero dos de ellas ya habían visitado esa ciudad en vacaciones pasadas y la otra compañera de viaje no estaba interesada en conocer la escultura de la mano. Pero yo sí y por eso preferí sumarlo al itinerario, quedándome un día menos en La Pedrera para después ir a Punta del Este y reencontrarnos luego de dos días en Colonia de Sacramento. Pero cuando ya me quedaban tres días y dos noches de vacaciones, mi dinero ya se había acabado.
¿Cómo me voy a Punta del Este? ¡A dedo!
Y así partió mi travesía al salir de La Pedrera. Me quedaba muy poca plata, lo justo para comer por tres días y para pagar las hostales, pero para tomar buses ni hablar, no tenía nada. Pero sí o sí quería ir a Punta del Este y tenía que terminar mi viaje tal y como lo había planeado. Así que me despedí de mis amigas en el hostal de La Pedrera y caminé hacia la carretera. Sin pensarlo dos veces hice dedo.
– Hola, vamos hasta la entrada de Rocha ¿te sirve? –me dijo un automovilista con su copiloto. Ni idea de cuál era esa entrada, pero me explicó que al dejarme ahí podía seguir haciendo dedo para mi viaje a Punta del Este. Así que lo tomé.
Les conté que era chilena y que dejaba a mis amigas para juntarme con ellas al final del viaje, que mis gastos estaban justos, pero que quería ir a Punta del Este igual. El conductor del auto (cuyo nombre no recuerdo) me dijo que hace años había estado en Chile, pero que le encantaría volver. Me dejó en la carretera y me señaló la esquina donde debía pararme con mi maleta. Y así lo hice.
Me despedí de ellos, tomé el mango de mi maleta y seguí haciendo dedo. El sol pegaba fuerte y no había ni un árbol cerca para que me diera sombra. Los autos pasaban y nadie paraba. Así fue por 10 minutos hasta que paró un camión. “¿No será peligroso tomar un camión e irme así sola nada más?”, pensaba yo, pero tenía un espíritu aventurero que me hizo aceptarlo, y en menos de 15 segundos estaba sentada como copiloto en un gran camión. El conductor se llamaba Carlos y me contó que iba a la ciudad de San Carlos, que quedaba cerca de mi destino. Nos fuimos hablando por una hora y me contó su vida, que le gustaría ir a Brasil y que tenía una familia a la que quería llevar de vacaciones a Florianópolis. Yo, asombrada por tanta amabilidad y simpatía de Carlos, le conté que estaba de vacaciones y que me había maravillado de Uruguay. Llegamos a destino y me dejó en San Carlos, me deseó suerte y me indicó dónde podía tomar el mini bus que me dejaba en minutos en Punta del Este. Así lo hice.
Me voy de Punta del Este ¿y ahora?
Después de un par de días en la playa, tomando caipiriña en la arena, caminando descalza por la noche y haciendo shopping hasta las dos de la mañana, debía continuar mi viaje hacia Colonia de Sacramento, donde me reuniría con mis amigas. Tomé el mini bus hacia San Carlos y, una vez en ese lugar –y con más de 30 °C– caminé hacia la carretera y… vuelta a hacer dedo. En cinco minutos paró un camión y, como la idea de subirme a uno ya no me parecía tan alocada, ahí partí.
– Voy hasta Montevideo –me dijo Juan, el conductor. En el camino me habló de Uruguay y me dijo los nombres de los ríos por los que pasamos en el camino. Después de un rato me dejó en la capital deseándome una buena estadía en Colonia. Abrí mi billetera y conté mis pesos uruguayos; estaba cansada así que tomé un bus a Colonia. Llegué al terminal y mis amigas no estaban, así que me conseguí internet con un chico que tenía su laptop en sus piernas y le envié un mail a una de ellas, avisándole que me iba al hostal. Una vez allí vi su respuesta en la que me decía que no llegarían a Colonia, pues no había asientos en los buses, así que quedamos de encontrarnos en el aeropuerto a la noche del día siguiente. Yo, con el dinero justo, me fui a dormir sin antes pensar cómo me iría de allí.
De vuelta a Montevideo, sin dinero para el bus
En el hostal conocí a una Argentina con la que salí a recorrer al día siguiente. Le conté que a las cuatro de la tarde me iba hacia la carretera para volver a Montevideo a dedo.
– ¡¿Acaso vos estás loca?! –me preguntó Pero le hablé de mis experiencias anteriores y le dije que no se preocupara. Así que partí esa tarde con mi maleta y el sol que nunca me abandonó.
Mientras caminaba por la carretera en busca de un lugar con sombra, se detuvo un auto y me ofreció llevarme. Hugo, el conductor, me contó que era de Paysandú y que era transportista privado de los capitanes de ferris que cruzan de Uruguay a Argentina, que había dejado a un cliente recién y que ahora volvía a Montevideo. Me sugirió irme en el asiento de atrás para que fuera descansando. Y lo hice. Dormí todo el viaje hasta que al despertarme me encontré en el casco antiguo de Montevideo. Aún me quedaban un par de horas libres antes de ir al aeropuerto, así que me despedí de Hugo, quien me entregó su tarjeta con su número celular por si volvía a Uruguay.
Y ahí me quedé, en Montevideo, recorriendo un poco la Ciudad Vieja antes de juntarme con mis amigas en el aeropuerto. Sin dinero, pero con la gran experiencia de haber hecho dedo en un país con gente tan amable y desinteresada.