Después de 20 años regresé a Moscú, donde viví una importante etapa de mi vida. Aunque algunas cosas han cambiado, la capital rusa sigue siendo la imponente ciudad que recordaba.
Desde Hong Kong crucé a Shenzhen y decidimos pasear por Guilin, Yanhghuo, Xingping, Chengdu, Xi’an, Pingyao y Beijing.
Como dice Tim Cahill, “un viaje se mide en amigos, no en millas”. A eso yo le llamo el factor común.
Con mi equipo de trekking renovado y un nuevo compañero de aventuras, hice una lista con los lugares que quiero caminar.
Con varios artistas en mi cabeza, viajé a Francia para descubrir la cuna del impresionismo y la fuente de inspiración de famosos cuadros.
Primero fueron los pájaros de Atenas, luego el blanco y el azul de Mykonos y, finalmente, el silencio de Santorini.
Cuando llegas a este pueblo, todas tus percepciones cambian. Quieres quedarte a vivir ahí, y te da lo mismo que te queden cientos de lugares por recorrer. Pai es el paraíso.
No sé si es por la cultura, el idioma o las tradiciones, pero me siento atraída por conocer desde dentro una comunidad gitana.
No hay mejor modo de conocer un lugar a través de sus sabores. En esta ocasión probé la especialidad mexicana: grillos fritos.
Mi sangre gitana me pedía pedía a gritos salir a recorrer el mundo. Hasta que decidí cumplir mi gran sueño: dejarlo todo y partir.
Me gusta vivir experiencias que me involucren con la cultura del lugar. Así fue como, durante mi viaje por Alemania, encontré una novedosa manera de lograrlo: me convertí en un granjero.
Aunque al principio no me gustó la idea de quedarme en una pensión, dos días fueron suficientes para encantarme con esta manera de hospedaje en la Polinesia.