Dormí siesta en un atolón frente a una laguna de colores, y nadé con tiburones y miles de peces. ¡Nada mejor para despedirme de este viaje increíble!
No quería saber cómo se vacaciona en una playa sudafricana, quise vivir en una. Y luego de buscar y buscar, y tener mucha suerte, encontré un voluntariado en un hostal en Jeffreys Bay.
Como dice Tim Cahill, “un viaje se mide en amigos, no en millas”. A eso yo le llamo el factor común.
Primero fueron los pájaros de Atenas, luego el blanco y el azul de Mykonos y, finalmente, el silencio de Santorini.
Sin muchas expectativas llegué a Hiva Oa, una de las islas Marquesas. Pero me sorprendieron. Y muy gratamente.
Después de aprender a surfear en las olas de Bondi Beach, me animé y hoy tengo tres grandes spots riders en mi cabeza: las Maldivas, Mentawai y Costa Rica.
El día amaneció feo y, con él, también mi ánimo. Pero en la Polinesia el clima puede cambiar de un minuto a otro y convertir un buen itinerario en un panorama espectacular.
En medio de un lindo paseo en bugi por Moorea, recordé mi primera visita a la isla, cómo esa vez me enamoré perdidamente y prometí regresar.
Con incontables arrecifes de coral, comida cargada de crema de coco y una especial onda polinésica, hoy les presento a mi propio Atlantis: Kiribati.
Digan lo que digan, todas las playas de Tailandia son hermosas. Y, dependiendo de lo que estés buscando, sí o sí encontrarás tu paraíso.
Hace rato tenía en mente escaparme a algún lugar donde pudiera descansar el cuerpo y la cabeza al máximo. Y para llegar repuesta, ¿qué mejor que la isla feliz?
Que un lugar te reciba con un «Bienvenido: anímate, reduce la velocidad y relájate», te genera grandes expectativas. Por eso, decidí dejar mi vida en Brisbane y comenzar de cero en Byron Bay.