Byron Bay a pies descalzos


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Que un lugar te reciba con la frase «Bienvenido: anímate, reduce la velocidad y relájate», te genera grandes expectativas. Por eso, decidí dejar la vida que llevaba en Brisbane y comenzar de cero en Byron Bay, la ciudad que anda, literalmente, a pata pelada.

 

Toda mi vida viví en la ciudad y pensé que realmente me gustaba. Pero un día, mientras vivía en Brisbane, decidí probar algo nuevo. Me habían hablado de un pueblo hippie australiano con playas maravillosas que, para mi sorpresa, estaba sólo a dos horas de distancia.

Playa de agua color turquesa en Byron Bay

El agua de las playas de Byron Bay

Byron Bay se convirtió en mi sueño. Y, en un impulso, renuncié a mi pega, compré un pasaje en bus y fui en búsqueda de la “vida simple”. Estar todo el día tirada en la arena y luego pasear en un lugar con sólo dos calles principales era todo lo que quería.

“Bienvenido: anímate, reduce la velocidad y relájate”, fue lo primero que leí al llegar, escrito en un gran letrero de madera con signos de paz. Por todas partes escuchaba idiomas diferentes. Y es que personas de todo el mundo llegaban a Byron Bay en mi misma parada.

Poco tardé en darme cuenta de que los más jóvenes llegaban al pueblo y decidían quedarse trabajando en algún negocio local durante meses. La idea me contagió y terminé de mesera en una pizzería atendida por un staff internacional.

Cartel con la frase "Bienvenido: anímate, reduce la velocidad y relájate" en la entrada a Byron Bay

Antes de entrar, una advertencia

Un poco sobre Byron Bay

Este mágico lugar está a 772 km al norte de Sydney.  Es un pueblo que apenas supera los 4.900 habitantes, pero gracias a sus playas paradisíacas, las juguetonas ballenas, los hermosos atardeceres y las buenas condiciones para el surf, es famoso entre los viajeros que buscan un lugar donde descansar su mochila y pasarlo bien. Y es, además, el lugar donde los australianos se escapan de vacaciones.

Se dice que Byron Bay tiene poderes curativos. La leyenda dice que quien acuda al pueblo a sanarse, debe irse una vez que esté curado, o bien quedarse ayudando a otros. Yo sí sané y, de hecho, me gustó tanto que me quedé viviendo seis meses, no sé si ayudando a otros, pero sí siendo muy feliz.

Bianca, amiga de Daniela, mostrando sus pies sucios tras caminar por Byron Bay

Los pies de mi amiga Bianca tras caminar por Byron Bay


Un día en el pueblo hippie

Lo primero que me llamó la atención fue que todo se puede hacer sin zapatos. Iba al supermercado, al banco y a hacer todos mis trámites con los pies desnudos. En Byron Bay son relajados y quieren que todos lo sepan. Las tiendas tienen nombres de arcoíris, no hay edificios y la gente sale a comer con sus mascotas. Se hacen fogatas en la arena, no existen micros y algunas mujeres lucen con orgullo sus largos rastas. Los jóvenes cantan y hacen malabares en las calles e incluso hay un señor que cada atardecer se dedica a hacer gigantes dibujos en la arena.

Me acostumbré a pasar las tardes en la playa (bañada en bloqueador), y a veces trotaba hacia el faro mientras buscaba algún wallabie en el bosque. Al anochecer, disfrutaba de una deliciosa cena en cualquiera de los restaurantes, para terminar el día en alguno de los entretenidos bares con música en vivo.

Lo “malo” es que todo cierra temprano, ya que al día siguiente hay que despertarse temprano para surfear con delfines y pasarse toda la tarde comiendo yogurt helado en la playa. ¡Prioridades son prioridades!

Lugar:

Australia

Intereses:

Low Cost Playas

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