Hace 18 años fui a Chichén Itzá y desde ese día vivo soñando con amanecer sobre una pirámide maya en medio de la selva.
Mi segunda vez en el viejo continente terminó convirtiendo el sueño de toda la vida de mi madre en un sueño compartido en familia.
Salento y el valle de Cocora, parte de lo más lindo del eje cafetero colombiano, lograron cautivarme de entrada.
Lisboa, Sintra y Cascais fueron sólo el aperitivo. Aún me quedan tesoros portugueses por descubrir, y yo no hallo la hora de volver.
Llegamos a Canadá con unas ganas locas de vivir esa nueva etapa, que significó dejar muchas cosas importantes atrás.
California es otro imperdible nos sorprendió con sus parques nacionales, costas, desiertos, cañones, pueblitos y grandes ciudades.
Después de un año en Vancouver nos fuimos a Seattle, la puerta de entrada a un país yanqui que nunca estuvo en mi bucket list.
Nuestro recorrido por Laos comenzó en Luang Prabang, continuó en Vang Vieng y terminó en Don Det, una isla en pleno Mekong.
A bordo de un barco perfecto logré cumplir un sueño que tuve pendiente durante 18 años: conocer la vietnamita Halong Bay.
Volar sobre esta ciudad fue una experiencia alucinante que repetiré, porque estoy segura de que a Río volveré una y otra vez.
De un bus con un monje loco hediondo a pipí pasamos al auto de un taxista que seguro nos quería secuestrar.
Hay veces que los viajes nos cambian la perspectiva y terminan enamorándonos cuando menos lo esperamos. Eso nos pasó en Hornitos.