Existen tres lugares en este mundo que me permiten combinar mi amor por los gatos con mi pasión por los viajes. ¿Quieres conocerlos?
Tras pasar el Año Nuevo en París con mi familia, la mañana del 1 de enero cruzamos el Canal de la Mancha para vivir 12 horas en Londres.
Sin conocer la Polinesia Francesa, creo que no me voy a querer ir nunca. Ya encontraré la manera de quedarme en este espacio que siento tan parte de mí.
Sueño volver a Filipinas y ver a los niños viviendo su infancia, el ecosistema siendo respetado y, por sobre todo, espero que su gente encuentre la dulzura y felicidad que ha perdido.
Hace casi 20 años viví en Brasil, así que nunca lo consideré para mis vacaciones. Eso hasta que Ilhabela se cruzó en mi camino.
Cuando existe una pasión compartida con la familia, viajar tras la buena música se vuelve una experiencia inolvidable. Lo sé porque lo he vivido.
Siquijor nos enamoró por sus atardeceres, sus personas, su simpleza y por su extrema sensación de paz y felicidad.
Cuando veo algo relacionado con los Himalayas me imaginando conociendo los templos de Lhasa, caminando por Katmandú o descubriendo esas increíbles montañas.
Nuestra aventura llegaba a su fin. Pekín fue un cambio en comparación con lo que había visto antes, pero logró fascinarme.
Desde Ulán Bator seguí los pasos de Genghis Khan. Viví con nómades y llegué a Kharkhorum, ex capital del imperio mongol.
Al llegar a Irkutsk me esperaban -30°C (nuevamente), un lago congelado y un paseo a una maravillosa isla llamada Olkhon.
Llegué a Novosibirsk un año nuevo, tal vez el mejor de mi vida, pues empecé el 2015 haciendo lo que más me gusta: viajar.