De Tailandia me gustan los sueños sin ascensor, las caídas libres, la vida que no alcanza a ser una sola vida.
Esta historia termina bien y eso es bueno contarlo antes de continuar un cuento que parece no se sabe muy bien a dónde nos va llevar.
Antes de Portugal, tu sentencia: vivir es ser otro, recuerda Fernando. Vivir es ser otro, grita el tiempo y tus manos. Vivir es ser otro.
Me gustaría pensar que el origen se quiebra con una sucesión de días que como un susurro dictan que una vida después del después volví a Chiloé.
La Habana fue mi abuela, agosto de 2009, una que otra danza africana y la pasión de un amor al que todavía le quedaba tiempo.
Cada vez que cierro los ojos y pienso en Italia, sigo agradeciendo la alegría que significa contemplar el mundo desde otra parte.
Fragmentos de mi vida en otra parte; fragmentos de mi vida en otra parte que pude reunir en la tierra donde nace el sol.
De los lugares que han marcado mi vida («la patria es la infancia», decía Rilke), Buenos Aires se lleva el nombre de todas las cosas.
¿Cuánto aprendí? Las definiciones parecen lejanas. Una convicción: en Myanmar las huellas son siempre eternas.
Hace unos días volviste a Chile viendo cómo esos casi veinticinco meses en Europa quedaron suspendidos detrás de la Cibeles, la Casa de Campo y la Gran Vía.
Recuerdo que anoté en un papelito que esa ciudad estaba todavía muy despierta para entender su propio silencio.
París siempre me recordó a Buenos Aires, a Madrid, a que cada vez que vienes lo descubres con otra piel, con otras historias salpicadas por el amor o el desamor.