Nunca pensé que pudiera tachar este sueño en mi bucket list, pero cuatro australianos me subieron a una van californiana y me ayudaron a cumplirlo.
Pocos me entienden, pero quienes lo hacen probablemente coincidirán con cada uno de mis motivos para viajar sola.
Con el corazón roto, sin trabajo y el alma insatisfecha de la vida, me fui a descubrir el secreto que mantiene felices a los ticos.
Mi inocente visita a la Sagrada Familia terminó conmigo metida en una despedida de soltero en Barcelona.
Aunque no estaba en mis planes, me las ingenié para pasar 48 horas en Ámsterdam, las favoritas de todo mi viaje europeo.
Las fiestas que no terminan y las playas que parecen fuera de este mundo fueron las razones para comprar un pasaje a una isla que no pierde su magia.
Experimenté el cliché de perderse en Tokio, la ciudad más bipolar que he conocido, y aprendí algo fascinante.
Vanuatu logró conquistarme con sólo una fotografía y hoy estoy enamorada de todos los misterios que se esconden tras sus hermosos paisajes.
Navegar rodeada de montañas verdes y pueblos que parecen sacados de un documental de National Geographic, es una de las cosas que soñé hacer durante toda mi vida.
Aburrida de los shows de fuego, los vendedores insistentes y los mochileros carreteros, me quise escapar de todo en Ko Lanta.
Me habían hablado tanto del “infernal” bus que viajaba de Vientiane a Hanoi, que necesitaba saber qué tan terrible era. Esta es la historia de una pesadilla que duró 29 horas.
Después de ver miles de templos, andar en las peores rutas y cargar mi mochila todos los días ¡era hora de irse de fiesta!