Viaje de estudio a México: sueño adolescente
Tenía 16 años. La clásica notaría de Apoquindo estaba llena, como siempre, y yo no podía más de los nervios. Ese día recibiría la autorización para salir del país sin mis papás, por primera vez. Estaba a días de mi primera estampa en el flamante pasaporte azul. ¿El motivo? Viaje de estudio a México.
Cada año, una generación completa viajaba con cuatro afortunados profesores a México. El itinerario prefabricado nos llevaría a Playa del Carmen, isla Mujeres y Cancún, con una escala de un día en Ciudad de Panamá. Era el hito del colegio y un paso a la adultez, según mi perspectiva adolescente. Sol, playa, fiesta y shopping. El viaje, de estudios, poco y nada tenía, todos lo sabíamos. Y es que quién iba a estudiar estando en un resort all inclusive… yo no. Recuerdo haber llegado a mi pieza con mi mejor amiga de la época, y sentirme la reina del mundo.
Desarmé la maleta y partimos a la playa. En el camino pasé por un snack al bar de la piscina. Nachos con queso. Nachos mexicanos, con ese queso bien derretido y pegajoso. El paraíso.
Los días consistían en comer, estar horas bajo el sol y hacer actividades acuáticas varias, turísticas y de aventura. Hasta parasailing hicimos, y así fue como me enteré de que le tengo terror a las alturas. Pobre de mi compañero de curso que iba al lado mío. Todavía me acuerdo que entre sus intentos por calmar mis chillidos agónicos me dijo: “Pero Coni, es súper lindo, mira para abajo”. Y ese fue el fin. Ahora que lo pienso, sí, precioso paisaje y el agua tan cristalina que se podían ver los corales. Pero es una experiencia que quedará como recuerdo y en la lista de los prohibidos. En fin.
Entre los pendientes quedó comer tacos en un carrito de comida callejero, porque por más que buscamos no se cruzó ninguno por mi camino. Pero la misión suprema fue cumplida. No me juzguen por no tener un fin cultural y metafórico para esta historia; entiéndanme, porque mis prioridades eran otras y no era la mujer sabia que soy ahora. Todo el viaje para mí se resumía en una única cosa: ir a Coco Bongo.
Si el mundo discotequero no es lo tuyo, aquí va una pequeña descripción junto a un video explicativo. Esta es una disco/show estilo Las Vegas, que más que una fiesta es catalogada como una experiencia. Está rankeada dentro de las mejores del mundo y la entrada incluye barra libre.
Nos pintamos y arreglamos para vernos lo más adultas posible, y los hombres se peinaron y pusieron camisas planchaditas. Recuerdo que fuimos con nuestros profesores, pero aún así nos sentíamos lo más top que hay. Subimos las escaleras mecánicas y llegamos a la pista de baile, que en el centro tenía un bar al que te podías subir a bailar. Mientras estábamos en eso, comenzó el show, el humo, apareció Spider-Man, los acróbatas y trapecistas que volaban entre medio de los cientos que estábamos adentro. El espectáculo siguió por horas y no paramos de bailar, hasta que mi sueño adolescente llegó a su fin, cuando una de mis compañeras se desmayó y tuvimos que volver al hotel. Un final dramático para una noche borrosa, pero inolvidable.