Un sueño pendiente: Filipinas
Salimos de Chile con la idea de recorrer el Sudeste Asiático por tres meses. El objetivo era conocer lo máximo posible y sumergirnos en templos, playas y naturaleza; lo más alejado del concepto occidental posible. Eso habíamos acordado con la Javi, o era lo que yo había entendido, hasta que una discusión entre mochileras cambió el rumbo final de mi viaje.
Estábamos en Yakarta, capital de Indonesia. Ya llevábamos cerca de un mes viajando y queríamos volar a Bangkok para seguir por el norte tailandés y pasar a Laos, Vietnam y Camboya. Ahí estábamos las dos, con un inglés pobre tratando de comprar un pasaje a una Indonesia que hablaba aún peor que nosotras.
– No, Bangkok, no now– nos dijo la indonesia de la agencia de viajes.
– Tomorrow?– le dije yo haciéndole señas por si no me entendía.
– Two days– contestó con los dedos.
– ¿Qué hacemos? – le pregunté a la Javi–. Mejor nos quedamos recorriendo Yakarta, aunque no me tinque nada, y de ahí nos vamos directo a Chiang Mai para no perder más tiempo.
– ¿Y si vamos a Singapur?– me preguntó la Javi.
– ¿Singapur? ¿Singapuuuuur? ¿Para qué vamos a ir al lugar más occidental del Sudeste Asiático? ¡Dijimos que no queríamos ciudades!
– ¿Por qué tenemos que hacer siempre lo que dices tú?
Mochilear de a dos por siete países durante tres meses no es fácil. Menos cuando las decisiones se deben tomar siempre sobre la marcha. Lo que teníamos a nuestro favor era que podíamos pelear todo lo que quisiéramos y nadie nos iba a entender. Era cuestión de bajar el tono de voz, poner poker face y mandar chuchadas como se nos diera la gana. Eso hicimos durante unos tormentosos tres minutos.
– Ok. Nos vamos a Singapur– resolví.
Cuento corto: estuvimos como cuatro días en Singapur y, si bien no nos atrasó todo el viaje, nuestro sueño era terminar los últimos días en alguna playa paradisíaca, con el afán de obtener el bronceado fascinante final causante de envidia a nivel nacional. Filipinas era nuestra mejor opción.
Al final del recorrido sólo nos quedaban cuatro días y el pasaje de Bangkok a Manila y de ahí a Filipinas costaba cerca de 250 mil pesos. Definitivamente no íbamos a poder cumplir nuestro sueño pendiente de finalizar el viaje en las playas de Palawan. A cambio de eso nos fuimos a Koh Samed, la isla más cercana a Bangkok. Nada que reclamar, pero me quedé con las ganas de viajar a Filipinas, conocer sus miles de islas, cansarme de hacer actividades acuáticas y conocer una cultura tan diversa en la que se habla cerca de 170 lenguas.
No hay dudas: el destino quiere que vuelva al Sudeste Asiático.