Travesía por el Amazonas, tercera parte
Y la travesía por el Amazonas continuó. Después de Iquitos y de todas las noches arriba del barco carguero, la verdadera aventura recién comenzaba. Serían cinco días atravesando la Gran Sabana Venezolana con más de 44 km de trekking, 18 de hikking y 10 kilos en la espalda. No era nada fácil, pero ya habíamos cruzado el amazonas peruano y brasilero para llegar a ese punto. Nada me podía detener.
La verdad es que yo debería haberme preparado. Pensé que por ser joven y sana me la iba a poder. “Con voluntad, todo se puede”, era mi lema. Pero el Monte Roraima es para valientes.
El primer día llegamos al Paraitepuy Roraima, la entrada del Parque Nacional Canaima, donde todo está comandado por los indígenas. Allí conocimos a Omar, uno de los guías que había subido más de 150 veces el Roraima y que estaba acostumbrado a cargar cerca de 30 kilos en su espalda. Nosotros solo con 10 ya íbamos apenas.
La energía nos duró los primeros 12 kilómetros. Después el no tener dónde ducharnos, dormir pésimo en el suelo y comer cualquier cosa a la rápida comenzó a pasarnos la cuenta. Por más cansados que estábamos, en las noches no lográbamos dormir mucho.
A lo largo de todo el paisaje de 44 kilómetros había tres refugios donde todos llegábamos (cada uno a su ritmo) y nos juntábamos a comer y a conversar. La gran mayoría eran venezolanos y brasileros.
Luego del tercer día, cuando ya habíamos cruzado los ríos con gran corriente y llegamos a los pies del imponente Roraima decidimos subir hasta la cima y bajar los 18 kilómetros el mismo día. Sin mochila, sin carpa y sin comida. Era el último esfuerzo para poder decir que habíamos logrado el desafío.
El gran día
Llevaba más de 24 horas lloviendo. Decidimos levantarnos a las 5 AM pensando que la lluvia podría estar más calma en la madrugada… pero no hubo caso. Antes de comenzar a subir ya estábamos empapados, con las botas encharcadas y con la obligación de no parar en ningún momento, ya que a esa altura hacía bastante frío. No podíamos dejar que nuestro cuerpo se enfriara.
Ahí me di cuenta de que el ser joven no me daba garantía de que iba a lograrlo. Las rodillas no me daban, estaba congelada y muy cansada. Aparte, no era mucho lo que podía ver, ya que había neblina. Omar nos incentivaba constantemente y nos decía que no había mejor sentimiento que llegar a la cima. Eso era lo que más quería.
Fueron tres horas y media de subida en las que cruzamos ríos y donde el típico Paso de las Lágrimas –en el que suelen caer un par de gotas– se convirtió en una verdadera cascada sobre nuestras cabezas. Reconozco que lloré, primero de dolor y cansancio, y después de emoción al ver el paisaje y la fuerza del agua.
Los últimos minutos me activaron y llegué corriendo a la cima. Abracé a mi papá y escuche cuando Omar nos decía: bienvenidos al Roraima.
Lo habíamos logrado: cruzamos el Amazonas y subimos el Monte Roraima en una aventura que de seguro jamás olvidaré.