Travesía por el Amazonas, segunda parte

 

Mi travesía por el Amazonas continúa a bordo de un barco carguero: dormí tres noches en una hamaca, compartí baño con 300 personas e incluso viajé con chanchos y gallinas. Y, a pesar de todo, hoy recuerdo esta parte de mi travesía con nostalgia. 

 

Camila recostada en una hamaca, con más hamacas de fondo

La hamaca donde dormí por tres noches (o al menos lo intenté)

Luego de Iquitos, la selva y sus tribus, decidimos tomar un barco de tres pisos para ir de Tabatinga a Manaos, la ciudad más grande del Amazonas. Suena como un crucero, pero no puede estar más alejado de la realidad.

La experiencia a bordo de un barco carguero es bien particular. Dormimos durante tres noches en hamacas, nos duchamos con agua del río – bien café y pastosa -, y compartimos diez baños entre más de 300 personas. Nos acompañaban también unas cuantas gallinas y chanchos que se trasladaban en el primer piso del barco.

Cuando cuento esto suelen decirme “¡qué entretenido dormir en hamaca!”. No. El primer día dormitas, el segundo estás con insomnio y el tercero mueres de lumbago. Además, esa querida hamaca se convierte en tu cama, tu silla, tu clóset y tu comedor.

Pero, aunque suene contradictorio, bendita hamaca. Desde ahí vi los mejores atardeceres de mi vida y conocí a franceses, españoles, colombianos, brasileros, argentinos, ingleses y un montón de gente maravillosa.

Durante el día debíamos tener mucha imaginación para entretenernos. Yo, por suerte, conocí a un español con el que conversé día y noche, pues no podía dormir mucho en la hamaca.

Al cuarto día ya todos éramos personajes. Estaba el grupo de argentinos, la pareja hippie, el brasilero que dormía al lado mío –que ponía reggeaton y lambada a las 5 AM en altavoz en su celular– y un particular viejito que debe haber pasado los cuatro días tomando cerveza y terminó haciéndonos un show en la parte superior del barco con una especie de “perreo intenso” (ver video).

Camila junto a cuatro jóvenes que conoció en el barco

Los amigos que hice en el viaje

Amores viajeros

Debo reconocer que esos cuatro días se sintieron como un mes y las amistades se hicieron intensas. Recuerdo que estaba picada por los mosquitos y le dije al español “parece que los mosquitos me quieren mucho”. A lo que respondió: “Y no sólo los mosquitos”.

Fue tan intensa la experiencia que, cuando esta versión china de crucero arribó a su destino, lloré. Quería más hamaca, más agua café en la ducha, más mosquitos, más atardeceres y más españoles. Pero ese es cuento aparte.

Camila en el borde del barco junto a su amigo español

Con el español

Con el español nos separamos al llegar a Manaos. Pero un mes después, el muy amoroso llegó a verme a mi casa en Santiago. Así que desde Faro les mandamos un abrazo a todos los viajeros románticos y jugados. Viajar siempre es entretenido, pero si entre medio surge el amor, de seguro el viaje será aún más inolvidable.

Pero este no fue el fin de la travesía. Aún quedaba lo mejor: el Monte Roraima. Fueron cinco días de caminata, 44 km de trekking y 18 de hikking, con 10 kilos en la espalda, durmiendo en carpa y tomando agua de los ríos. Pero convenida de que los esfuerzos –al igual que el viaje en el carguero– siempre traen sus recompensas.

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