Tayrona: hasta que te encontré
Buscar el paraíso que teníamos en mente no es nada fácil. Tuvimos que pasar por dos lugares y lidiar con varios animales para encontrarlo. Pero finalmente llegamos a él.
La idea era viajar con mi prima. Ella vive en Estados Unidos y yo en Chile, así que decidimos juntarnos en un lugar central y optamos por Colombia. Ella es fanática de las ciudades y yo las odio. Yo amo las playas y ella es alérgica a la arena. Así que decidimos estar una semana en ciudades y otra en las playas.
Ya no soportaba más las ciudades y soñaba con llegar a Costeño Beach, un campamento de surf cerca de Tayrona, al frente de la playa, con comidas comunitarias, yoga en las mañanas y clases de surf. Todos me lo habían recomendado. Luego de tomar un transfer hasta Santa Marta, una micro hacia la carretera cerca de Costeño y hacer dedo hasta la playa, llegamos a este lugar mágico.
Durmiendo con el enemigo
La arena era oscura, el mar era del color de las costas chilenas y no teníamos reserva, así que nos tuvimos que quedar en la pieza compartida con ocho personas. Hasta ahí todo bien; vendían happy cakes y teníamos planeado quedarnos por lo menos tres días.
Llegó la noche, la pieza no tenía luz y las paredes eran abiertas. Entré sola con mi linterna cuando un murciélago comenzó a estrellarse contra las camas. Me entró pánico. Soporto las arañas, las culebras, y hasta aprendí a aceptar a las cucarachas… pero, ¿murciélagos? No. Corrí a la recepción y les conté lo que había visto.
– Tranquila, hay una comunidad de murciélagos al lado de esa pieza, pero no pasa nada, no te chupan la sangre –respondió un colombiano en tono irónico.
Me tomé una pastilla para dormir y no escuchar a los murciélagos en la noche, y desperté decidida a irnos. Mi prima me apañaba, así que nos fuimos a otra playa, Palomino, en busca de tranquilidad.
Llegamos a la carretera en mototaxi, nos subimos a una micro, nos volvimos a subir a un mototaxi y comenzamos la búsqueda de hostales. Estuvimos cerca de dos horas en eso hasta que encontré una cabaña para dos con un gran techo de paja y un baño exterior destechado hecho de piedras. Lo mejor: estaba al frente del mar.
Nuevos visitantes
Llegamos agotadas, pero felices de que por fin habíamos encontrado lo que estábamos buscando… hasta que comenzamos a mirar el techo y un nuevo murciélago apareció. Salí a recepción y pedí que me ayudaran a espantarlo, mientras que los vecinos de la cabaña de al lado reclamaban por las lagartijas y los otros por las arañas.
Ahuyentaron al murciélago, pero sabíamos que en la noche podría volver, ya que los techos eran abiertos. Para tranquilizarme repetía “es parte de la aventura, es parte de la aventura…”.
Intenté dormir, pero siempre abriendo de golpe los ojos y revisando si había murciélagos cerca. Como a las 5 AM, entre lo dormida y el miedo, vi cinco murciélagos colgados en el techo mirándome.
– Conchatu… –dije mientras me refregaba los ojos.
– ¿Qué pasó? –exclamó preocupada mi prima.
– Ay, no, ya estoy alucinando. Había visto cinco murciélagos, pero fue producto de mi imaginación.
Ya despiertas, mi prima se levantó y fue al baño. De un segundo a otro comenzó a gritar. Me acerqué y dentro del WC había unas ranas gigantes, gordas y muy quietas, que solo se movieron cuando mi prima se sentó muy confiada en la taza del WC. Nos dio ataque de risa.
Parecía que aún no encontrábamos nuestro lugar perfecto.
A la mañana siguiente tomamos nuestras mochilas y nos subimos a un mototaxi que nos llevó a la carretera, donde nos subimos a un bus por más de dos horas que nos llevó a la entrada del Parque Nacional Tayrona. Hicimos un trekking de cerca de dos horas y media hasta llegar al campamento. Ahí estaba, no había duda: habíamos encontrado nuestro paraíso de palmeras y aguas turquesas.