Perdidos en el Parque Nacional Conguillío


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Nunca he sido amiga del frío ni de la nieve, pero el panorama era imperdible. Durante un fin de semana íbamos a recorrer el Parque Nacional Conguillío entre nieve, araucarias milenarias y lagos a medio congelar. Sin embargo, los GPS no cumplieron su función y terminamos perdidos durante ocho duras horas.

 

Bosque de araucarias en Conguillío

Bosque de araucarias

– ¡Vamos a hacer randoneé! –me dijeron cuando llegué al lugar.

– ¿Randoneé? –pensé mientras ponía cara de interrogación disimulada.

–No sabes lo que es, ¿cierto? Bueno, es una combinación entre trekking y esquí. Subes caminando con los esquís puestos y bajas esquiando –me explicaron.

– Eeeh… no sé esquiar –respondí con cara de emoticón malhumorado.

Éramos un grupo de ocho personas y yo era la única que no era deportista y que no sabía esquiar, así que me pusieron unas raquetas para que pudiera caminar sobre la nieve. Mientras ellos se deslizaban sin problemas, yo caminaba tipo Pato Donald con los pies separados.

La revancha

Llevábamos cerca de dos horas subiendo por la Sierra Nevada a la cumbre del Conguillío para divisar la inmensidad del lugar. Todo estaba lleno de araucarias enormes, teñidas de blanco en su cúspide. Por un lado teníamos al volcán Llaima y, frente a nosotros, el espejo creado por el lago Conguillío. Era como estar dentro de un cuento de Narnia. Yo ya estaba agotada, pero el paisaje valía la pena.

Bosque de araucarias en el Parque Nacional Conguillío

Con mis raquetas de nieve

Comimos un par de sándwiches y seguimos nuestro recorrido. Sin embargo, las cosas se comenzaron a complicar. Luego de seguir el rumbo por un par de horas más, la vegetación se hizo cada vez más concentrada y aparecieron las famosas quilas, una planta que, al caer nieve encima, se convierten en zancadillas que complican el paso.

Con mis raquetas era más fácil caminar, pero quienes estaban con esquís pasaban en el suelo. Estábamos tan concentrados en intentar avanzar que perdimos completamente el rumbo.

– Tenemos que llegar a ese punto –indicaba con el dedo sobre el GPS uno de los guías.

– ¡Pero eso está a 20 kilómetros! ¡Es imposible, se nos va a oscurecer! –decía el otro con desesperación.

Caminar rápido fue la instrucción. Si no, íbamos a tener que dormir a la intemperie y la temperatura ya estaba bajando considerablemente.

Atardecer en Conguillío

Atardecer en Conguillío

Ocho horas de trekking sobre la nieve

Yo ya no daba más y pasaba en el suelo tratando de esquivar las quilas con las raquetas. Si paraba me congelaba o, peor, me quedaba atrás del grupo. No encontrábamos el camino de vuelta. Los ánimos comenzaron a caldearse y ya todos estábamos medio irritables.

De un momento a otro el panorama comenzó a cambiar. Nos encontramos con un paisaje de arena volcánica sin ninguna vegetación y, mejor aún, con señal de celular. SOS. Vengan a rescatarnos, por favor. Todos nos sentamos en el suelo agotados y comenzamos a reír. El sol estaba a punto de ocultarse y logramos pedir ayuda.

– Un aplauso para la periodista. Somos todos deportistas, pero no sé cómo lo lograste tú –dijo una de las chicas.

Gracias, gracias. El letrero en la frente de “no deportista” parecía un tanto evidente. Aún así, después de tanto sufrimiento lo logré. Cuando pude volver a la cabaña y meterme al hot tub con vinito en mano pude pensar: “¡Qué buena aventura!”.

Parque Nacional Conguillío

El grupo

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