El sueño viajero de reencontrarse con la familia
Visitar los lugares de donde vienen nuestros antepasados es encontrarse con ellos, es recorrer los lugares donde estuvieron, es escuchar su historia, es entender a la familia, y cómo no, también a uno mismo.
Este sueño viajero se enmarca en una travesía por Europa que hice con mi papá hace algún tiempo, en el que recorrimos los clásicos lugares en uno de esos tours que tienen todo full programado.
Siempre estuvo dentro del plan, una vez que termináramos el tour, arrendar un auto e ir a visitar La Puebla de Arenoso, el pueblo español de donde viene mi familia y del que, desde chica, vengo escuchando cosas. Debe ser porque mi papá tiene una fascinación por la historia y las raíces, por lo que siempre dentro de sus relatos aparecía su abuelo: sus historias de La Puebla y cómo había venido a probar suerte a Chile.
En Valencia arrendamos el auto y, mientras más nos acercábamos pasando por pueblitos que mi papá reconocía inmediatamente por sus nombres, veía cómo se le iluminaba la cara y la emoción iba llenando la atmósfera del auto.
El momento y el lugar indicado
Sin mucha dificultad llegamos al mirador desde donde se obtiene la clásica postal de La Puebla que siempre he visto. Era como tener la fotografía, pero esta vez en vivo y en directo. Obviamente nos estacionamos y tomamos la foto de rigor.
Llegamos alrededor de la 2 PM. La Puebla de Arenoso es un pequeño pueblo de 154 habitantes a las orillas del río Mijares. Por supuesto no nos habíamos ni bajado del auto y probablemente ya todo el pueblo sabía que había “turistas” entrando.
De haberlo planeado no hubiésemos llegado en un momento mejor: era el día del pueblo y estaban todos de fiesta. Empezamos a caminar por el lugar –que no tenía más de cinco calles a lo largo y cinco a lo ancho– entre medio de guirnaldas y niños corriendo.
La gente estaba almorzando en las calles, sentados alrededor de largas mesas que se apropiaban de todo el lugar, donde obviamente todos compartían buen vino e infaltables paellas y bocadillos. ¡El lugar y el ambiente eran como estar en un sueño!
“¡Ha llegado la familia de Chile!”
Como bien reza el dicho “preguntando se llega a Roma”, a mi papá jamás le ha faltado personalidad y facilidad para hablar con gente donde sea que vaya. Y en las calles de La Puebla comenzó la búsqueda y las ganas de conversar con alguien que nos pudiera dar señales de la familia.
Con “la casa de azulejos de la esquina” como punto de referencia, bastó un par de conversaciones para encontrar a una señora que nos dijo: “Pues hombre, venga, ¡si la familia de ustedes esta acá!”. Cruzamos un par de callecitas y la señora que nos guiaba le grita a un hombre que reía y brindaba con su gente: “¡Pablo, hombre, que ha llegado tu familia de Chile!”.
Este altísimo hombre, con lentes, sombrero y una mirada increíblemente acogedora y familiar, resultó ser primo de segundo grado de mi papá. Luego de besos y abrazos nos llevó a conocer por dentro la famosa y hermosa casa de la familia, que estaban restaurando para poder usarla de veraneo (un par de años después recibirían en ella a todo el familión, lo que es parte de otra historia por contar).
Conocer a parientes cercanos, pero tan lejanos a la vez, fue una experiencia que recuerdo con mucha emoción, sin duda lo mejor del viaje. Al mismo tiempo estar en este pequeño pueblo, donde todos se conocían y se sentía que las buenas vibras fluían por todas partes, puede ser una de las razones por las que feliz viviría en un lugar de 154 habitantes.