Vivir barato en la Polinesia
Debo asumir que al principio no me gustó mucho la idea de quedarme en una pensión, habiendo tantos buenos hoteles en Papeete. Pero dos días fueron suficientes para que quedara encantado con esta manera de hospedarse en la Polinesia.
Volví a Papeete de noche, antes de emprender rumbo a las Islas Cook. En la van que me llevaría del aeropuerto al hotel venían tres personas más. Cuando sólo quedábamos dos, me di cuenta de que el chofer se alejaba del centro, metiéndose por unas calles poco iluminadas, con casas de un piso y talleres de autos, bares iluminados con tubos fluorescentes, y hombres conversando y tomando cerveza en la vereda.
De pronto, el chofer me dice, en su idioma: “Ok, Señor Cox, hemos llegado a la pensión”. “¿Pensión? ¿Qué pensión? pensé yo. Resignado tomé mi maleta, caminé bajo unos tubos fluorescentes de luz blanca y, de pronto, apareció una mujer que se presentó como Vaiana. “Welcome to the Ahitea Lodge”, me dijo.
Me llevó hasta mi pieza y, aunque era bastante fea, el baño estaba impecable. Antes de ducharme, salí y Vaiana me invitó a conocer a sus padres. Después de una conversación, su papá apareció con un par de fuentes para la cena que, por lo demás, estaba exquisita.
La madre de Vaiana –desde ahora la Madame– me explicó que la casa es una pensión con dos faré (el equivalente a las estrellas al hablar de casas de familia). Y también me contó que fue la creadora de la guía “IA ORA”, que reúne a unas noventa pensiones repartida por las islas de la Polinesia, una buenísima opción para alojarse pocos pesos.
Tras horas de conversación, terminé sintiéndome como en mi casa.
Y regresé
Esa vez sólo pase una noche en la pensión de Madame Bodin, para luego irme una semana a las islas Cook. Tras ese viaje, regresé a Papeete durante una noche para al día siguiente tomar un vuelo a Rangiroa y, por supuesto, nuevamente me hospedé en la casa esta familia. Fue como llegar a mi casa. Sobre todo porque esta vez la pieza era mucho mejor que la anterior.
Un rato después de llegar salí al comedor para la cena, donde estaba toda la familia esperándome, incluidos dos huéspedes más. En francés, la Madame dio las gracias por la comida y por las visitas que tenía en su casa. Después de eso disfrutamos los ricos platos que preparaba su esposo que, una vez más, se lució.
Al día siguiente, cuando llegué al comedor para tomar desayuno, Vaiana apareció pidiéndome que nos tomáramos una foto, tal como le había prometido la noche anterior, durante una entretenida conversación que nos mantuvo horas sentados a la mesa.
Con ustedes, Vaiana, la Madame y yo: