La caverna de fuego en Oholei


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La experiencia fue simplemente mágica. Los tambores, el rito milenario que estábamos presenciando, la adrenalina de todos frente al fuego, los pies sobre la arena y el estar dentro de una caverna antiquísima donde jamás pensé estar.

 

Hina Cave Tonga

Danza en Oholei

Hace más de un mes estoy viviendo en Tonga, una isla del Pacífico que conocí en abril y de la que me enamoré. Uno de mis sueños siempre fue ser voluntaria y ayudar, de cualquier forma, a niños que lo necesitaran. Preguntando y averiguando llegamos, con mi amiga Annie, al colegio Tailulu y así comenzó mi aventura como profesora de inglés. Entre medio de días llenos de clases encontramos una lista de imperdibles que hacer y ver en este país, y este espectáculo es uno de ellos.

Llevábamos semanas esperando para poder ir a Oholei Beach y así vivir, lo que nos dijeron, sería la mejor forma de entender y absorber la cultura de Tonga.  Esta es una de las playas más lindas y visitadas en Nuku’alofa, la ciudad principal. Aquí se construyó un resort que busca mantener vivas las tradiciones, melodías y sabores de sus ancestros.

Pagamos 55 TOP cada una (aproximadamente $16.000) por una van que nos fue a buscar y a dejar, y un festín de comida tradicional que incluía pescados de todo tipo, plantas marinas con coco rallado y cerdo rostizado.

Hina Cave Tonga

Acostado sobre el fuego

Después de comer como bestias a pies pelados, nos mostraron el camino hacia una cueva natural donde se presentaría el show de fuego. Pero ésta no era cualquier caverna. Hina Cave, o la caverna del amor, es un espacio místico para los  isleños. Según cuenta la leyenda, Hina y Sinilau se enamoraron y vivieron juntos en ese hermoso lugar frente a la playa. Un día él fue a pescar y nunca regresó. Hina murió a causa de su corazón roto y su alma aún espera a Sinilau. Muchos aseguran que la han visto y que, si vas con tu pareja a la caverna, nunca más se separarán.

Después de tal introducción me senté en primera fila y conversé con un viajero que lleva 11 meses recorriendo el mundo. “¿Me lo habrá enviado Hina?”, pensé. Pero no, el hechizo del amor no resultó para nosotros. A la luz de las velas me contó que la danza con fuego que íbamos a presenciar es un tema serio para los habitantes de las islas del Pacífico. Cada año cientos se presentan a competencias nacionales para clasificar a un torneo internacional donde se corona al mejor malabarista o bailarín. Esa noche tendríamos el privilegio de ver al ex campeón y al clasificado de este año.

El dueño del resort y vocero del evento nos pidió mirar hacia el cielo, en silencio, para sentir la presencia de Hina y conectarnos todos con la energía del momento que estábamos viviendo. Este país no conoce lo que es el smog y desde la cueva que tenía una abertura en la parte superior pudimos admirar las estrellas más lindas que haya visto.

Hina Cave Tonga

Un isleño en pleno ritual con fuego

Y así, comenzó el primer baile.

Las mujeres cuentan historias a través de los gestos que hacen con las manos. Por eso durante la mayor parte de la canción están sentadas. Además, hombres y mujeres cubren su cuerpo con aceite porque, supuestamente, si es que no se absorbe significa que eres virgen y, por lo tanto, legible para matrimonio.

El otro cuento del aceite es que así los turistas pueden “pegar” billetes en su piel mientras suena la música, una tradición que yo por lo menos sólo he visto aquí.

Después de media hora escuchamos una especie de cuerno que simulaba el llamado de los guerreros en la antigüedad. Así se dio inicio al rito del fuego. Sin una gota de miedo o duda, y con absoluta concentración y seriedad, los bailarines hicieron todo tipo de acrobacias, saltos y piruetas mientras cantaban en un idioma imposible de reproducir. Todos gritamos y nos quedamos boquiabiertos cuando tragaron fuego, literalmente, y cuando caminaron sobre las llamas como si fuera cualquier cosa. ¡Uno hasta se acostó sobre un círculo de fuego! Para qué les cuento el calor que hacía.

La experiencia fue simplemente mágica. En un momento cerré los ojos y dediqué un minuto a escuchar todo lo que pasaba a mi alrededor y la sensación de éxtasis que nos envolvía. Los tambores, el rito milenario que estábamos presenciando, la adrenalina de todos frente al fuego, los pies sobre la arena y el estar dentro de una caverna antiquísima donde jamás pensé estar.

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