Gula y pereza en Buenos Aires


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Hay momentos en que uno ansía empaparse de historia y cultura; otros en que lo único que queremos es aventura y adrenalina. Pero hay algunos en que no queremos hacer ¡absolutamente nada!

 

Avenida 9 de Julio, Buenos Aires

9 de Julio

Un día en la oficina, aburridas de la rutina y ansiosas por subirnos a un avión, la Caro y yo decidimos pasar un fin de semana de relajo, gula y vagancia total.

Revisamos los kilómetros acumulados para viajar y nos alcanzaban casi justo para irnos al mejor destino flash: Buenos Aires. Dicho y hecho, compramos los pasajes, reservamos el hostal y, a la semana siguiente, partimos a nuestro destino. Hay que tener ojo porque a veces las tasas de embarque son estratosféricas, pero, como el que busca siempre encuentra, logramos pagar una módica tarifa.

Tengo la suerte de que mi amiga tiene un estilo de viaje muy parecido al mío: sin mucha planificación y dispuesta a cualquier aventura. Llegamos a la capital argentina bien tarde en la noche y directo al hostal, donde compartimos pieza con dos niñas de Corea que nos miraban con cierto desprecio.

Decidimos salir a caminar para ubicarnos y comer algo. Nuestra misión era estar despreocupadas, tirar la dieta por la ventana y hacer buen uso del sueldo en las tiendas bonaerenses. Encontramos un local de comida árabe y pedimos papas fritas (obvio), kebabs y uno que otro dulce árabe.

Comida a destajo

Nuestras compañeras de pieza no eran muy sociables y el hostal no era muy prendido, así que buscamos otro donde quedarnos; reservamos online y partimos arrastrando las maletas por cuadras y cuadras. Tengo que admitir que jamás sigo la recomendación de “viaje ligero”; por más que lo intente, siempre parezco gitana con la casa al hombro.

Milanesa napolitana

Milanesa con papas fritas. Crédito: Flickr.com/viajescangrejo

Al llegar nos encontramos con piezas sucias y colchones rajados, así que lógicamente, como este era un fin de semana de relajo y cero esfuerzo, quisimos buscar una mejor alternativa. Cuento corto, en la recepción se indignaron cuando les avisamos que nos íbamos y nos amenazaron con fotocopiar nuestros pasaportes, mandarlos a todos los hostales de Buenos Aires para que nadie nos recibiera y, además, a la policía por estafarlos y hacerlos perder el tiempo. Pero esa es otra historia.

Finalmente, después de gritarles unos cuantos ahue…,  llegamos al Che Lagarto por un dato de la Cami Da Silva y ahí por fin pudimos relajarnos y pasarlo increíble. Conocimos gente de Chile, obvio, de Perú, Australia y Colombia.

Recorrimos la calle Florida, arrasamos con las ofertas, comimos milanesa con papas fritas, delicias italianas, chocolates de la Abuela Goye, tomamos helados de dulce de leche, viste, y hasta le volvimos a dar una oportunidad al fernet.

La Boca, Buenos Aires

Barrio de La Boca

Volver a Baires

La noche del sábado me reencontré con amigos que conocí en mi intercambio a Nueva Zelanda y fuimos a una fiesta buenísima, con bandas en vivo, bailarinas y hasta una rampla de skate. Yo me había preparado para algo tranquilo así que, cuando vi que hasta los canales de televisión estaban ahí, sentí pena por mi outfit y, rodeada de argentinas con tacos altos y maquillaje profesional, la situación fue un poco vergonzosa. Pero nada que no se pueda superar con la ayuda de una barra libre abierta toda la noche… chin chin.

Con una caña horrorosa y una pinta indecorosa, tomamos un tour flash para recorrer la ciudad. Las dos conocíamos los principales monumentos, los parques, La Boca y Puerto Madero, pero para mí volver a visitarlos era un mandamiento.

Finalmente el viaje fue mucho más movido de lo que pensamos y lo que menos hicimos fue vegetar, pero disfrutamos al máximo de las caminatas sin rumbo, comimos a destajo y nos reímos como nunca. Volver a la oficina el lunes fue brutal, pero por lo menos recargamos pilas suficientes para el próximo viaje express.

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