Flatmates: la familia que te escoge
Vivir con extraños que se convierten en tus compañeros de mañanas, tardes y noches de un día para otro, es una locura. Es una situación que siempre soñé experimentar y de las más raras costumbres neozelandesas.
Parte de la magia de viajar está en las personas que a conoces lo largo del recorrido y en cómo sus historias y experiencias pueden cambiar tu punto de vista, y abrirte los ojos a culturas y tradiciones nuevas. Desde chica soñaba con vivir en el campus de una universidad y compartir mi pieza con otra persona que nunca antes hubiese visto (mucha tele, parece). Hoy, después de haber pasado por un agotador proceso de entrevistas y un par de departamentos fallidos, vivo en un precioso bungalow con cinco individuos de distintas partes del globo. Yo no sé si esto pase en otros lados o si es una costumbre en Latinoamérica de la que no me enteré, pero aquí, en Nueva Zelanda, uno tiene un perfil en una página web donde busca con quién compartir casa, lo que suena entretenido y súper fácil; pero no, señores, a veces es más complicado que conseguir trabajo.
Primero tienes que seleccionar las propiedades que te gusten y se ajusten a tu presupuesto. Muchas veces piensas “qué bueno, bonito y barato el lugar que encontré”, pero después te topas con que el precio no incluía gastos comunes ni accesorios varios. Otras, llegas, te enamoras de la casa y de la pieza, pero resulta que viene sin cama ni muebles. O, por el contrario, la casa es fantástica pero los flatmates son una pesadilla. Pero a veces tienes la suerte de caer justo en el lugar indicado con los extraños perfectos. Personalmente, siempre elegí compartir con personas que hablaran un idioma diferente al mío y ojalá una casa multicultural.
El proceso continúa y entonces, después de que mandas una solicitud para ir a ver la casa, contado un poco de ti y asegurando que no te vas a ir del país durante los próximos meses, te dan tu cita para presentarte. Así, llegas puntual y sonriente, te hacen un tour, conversas con los extraños que viven ahí y después de un par de preguntas capciosas pareciera que se hacen mejores amigos en 20 minutos. Después tienes que esperar el bendito mensaje de texto en donde te aceptan o no como nuevo integrante de la familia, o más bien como la mascota los primeros meses. Hasta que por fin llega a tus manos la llave de oro y puedes instalarte con todas tus pertenencias en tu nueva mansión.
Muchas veces me pasó que no me llamaron de vuelta o que, apenas cerré la puerta, me llegó un mensaje dándome las condolencias, pero asegurándome que era simpática, agradable y que seguramente encontraría a alguien mejor, cual pololeo.
Para encontrar la casa donde vivo hoy tuve que responder un cuestionario mientras uno de los flatmates tomaba notas de cada una de mis respuestas. Me preguntaron si tenía un bote y respondí que no, pero que sabía nadar; también les conté de mis dotes culinarios y mi manía con la limpieza y el orden en los espacios comunes.
Durante el tiempo que he pasado fuera de Chile he vivido con gente de Medio Oriente, Sudáfrica, Europa, India y Nueva Zelanda. He aprendido muchísimo de cada uno, me he empapado de sus historias, en ocasiones he compartido con sus familias y muchas veces me he mimetizado con ellos. Esta aventura, para mí, ha sido como un cambio de piel, y cada nueva casa te permite experimentar la diversidad que ofrece el mundo bajo un mismo techo.