Explosión de adrenalina


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Hay cosas en la vida a las que no hay que darles muchas vueltas. Como un salto en bungee, por ejemplo. Esta es la historia de cómo me dejé llevar por una idea loca y la disfruté como nada en el mundo.

 

Extrañamente, este no fue de esos sueños que se preparan mucho. De hecho formó parte de mi bucket list sólo por 24 horas antes de hacerlo realidad. Y, aunque no tuve que recorrer miles de kilómetros para cumplirlo, me dejó marcada como si hubiese ido a la Luna.

Era de esos fines de semana de invierno en los que no pasa mucho. Ideando panoramas con una amiga, decidimos algún día ir al Cajón del Maipo a tirarnos en bungee. Averiguando dónde se podía hacer y cuánto costaba, nos entusiasmamos tanto que el “algún día” terminó convirtiéndose en mañana.

Al día siguiente, bien temprano, llamamos por teléfono para saber si el bungee estaba funcionando.  Nos dijeron que sí y que, como era temporada baja, no era necesario reservar. Así que tomamos el auto y partimos en dirección al Cajón del Maipo.

Sé que alguna vez había ido al famoso Cajón, pero no recordaba nada. ¡Es hermoso! El paisaje tiene unos colores que pocas veces se ven, y el camino se va metiendo entre medio de los cerros como buscando el mejor lugar entre curvas y quebradas.

Canasto de salto en bungee

A lo lejos, el canasto desde el que se salta

Siguiendo por el Camino al Volcán cruzamos un puente sobre el río hasta ver la grúa desde donde se salta. ¡Era gigante! Emocionadas seguimos los carteles que anunciaban energéticamente la magnífica sensación del salto en bungee.

Llegamos a la base de la quebrada donde estaba la grúa, cuyo brazo se extendía horizontalmente sobre el río. Allí, dos tipos estaban a la espera de los posibles valientes que se atrevieran a saltar. Conversamos con ellos para tantear terreno y decidirnos. Uno era el correcto, el que daba las indicaciones de seguridad y era la voz de la experiencia; el otro, de ojos muy abiertos y una sonrisa muy amigable, era el que nos alentaba a aprovechar la oportunidad y a entregarnos sin miedo.

Entre talla y talla les preguntamos cuántas veces se habían tirado, pero nunca nos imaginamos que nos dirían que jamás lo habían hecho. Pensándolo ahora, fríamente, cualquiera se habría dado media vuelta para irse. Pero nosotras, de alguna forma, valoramos la sinceridad.

Después de mucho rato conversando decidimos almorzar antes de tirarnos. Puede sonar una decisión extraña, pero los nervios no nos dejaron pensar sobre ese punto.

La plaza principal de San José de Maipo es pequeña pero tiene mucha vida. En ella y sus alrededores hay carritos que venden de todo, la infaltable feria artesanal, niños jugando, gente paseando y uno que otro artista haciendo malabares, pintando o colgando de telas sujetas a los árboles.

¡Y volvimos!

Los encargados del bungee no podían creer que hubiésemos vuelto. “¡Volvieron! Estábamos seguros de que se habían arrepentido y que lo del supuesto ‘almuerzo’ era una farsa para no tirarse”, nos dijeron. Sin pensarlo mucho más, llenamos y firmamos un papel en el que prácticamente entregábamos nuestras vidas, y dejaba todo bajo nuestro consentimiento.

Y llegó el momento de la verdad. Nos subimos a la grúa con uno de los encargados, me puse el arnés y caminé hasta el borde del canasto metálico que colgaba de la punta de la grúa. Detrás de mí, escuchaba que me gritaban un “¡ya! 1, 2, 3… ¡salta!”.

Sentía mis manos aferradas con toda su fuerza al canasto. Y es que, por más convencido que estés de saltar, hay una parte de ti que no entiende qué está pasando. Era como si mi conciencia hubiese estado preguntándose “¿qué le pasa a esta loca que quiere que suelte las manos para caer 50 metros al vacío sobre el caudal de un río?”.

De repente, el cuerpo te hace caso, las manos ceden, sobrepasas el borde del canasto y te lanzas al vacío, cayendo libremente hacia el río Colorado.

Regresando al canasto después del saltoLo que se siente al ir bajando es de las cosas más raras que he vivido. Es el mismo vacío en la guata que provocan los juegos de Fantasilandia, pero elevado a tres mil. Es una explosión de adrenalina que inunda el cuerpo y lo hace vibrar hasta la punta del pelo. Es una increíble pérdida del sentido de la gravedad.

Al llegar abajo la cuerda rebota y vuelves a subir varios metros para caer nuevamente, lo que equivale casi a un segundo salto. Es tanta la energía que bota tu cuerpo, que cuando quedas colgando y se pasa el miedo inminente de que se corte la cuerda –sintiendo que este puede ser el último momento de tu vida–, sientes una satisfacción inmensa. Sobre todo cuando te das cuenta de que estás en medio de la quebrada de un río, rodeado de hermosos cerros de cafés, verdes y morados, con una luz increíble y el ruido del agua pasando abajo tuyo. ¡Qué privilegio!

Me parece que, además de ser un golpe de adrenalina al cuerpo, tirarse en bungee es un acto de confianza y de toma de decisiones con uno mismo infinitamente grande. Es hacerte cargo de ti y de lo que quieres hacer; es ponerte a prueba y, literalmente, saltar para lograr un objetivo que tú mismo te pones.

Si esto es parte de la lista de cosas que no harías aunque te paguen un millón de dólares, sólo te puedo decir que te animes y lo hagas. ¡Es increíble!

 

Lugar:

Chile

Intereses:

Parques

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