Esauira: Marruecos puertas adentro

 

Fuimos a Esauira con ganas de conocer cómo vivían y funcionaban las personas ahí, cuáles eran sus intereses y sus sueños, empaparnos de la cultura marroquí y vivir experiencias viajeras que recordaríamos hasta el día de hoy, y lo logramos.

 

Estando de intercambio en Italia, en una de esas miraditas a los pasajes baratos, se nos ocurrió la brillante idea, junto a mi roommate, de partir a Marruecos.

El viaje partía con un vuelo de Milán a Sevilla, donde nos quedaríamos un par de días alojadas donde un amigo chileno que también estaba de intercambio, y por esas cosas de la vida calzaba con que era el carnaval de Cádiz, por lo que resultaba perfecta nuestra parada en la región andaluza de España.

Española en tren a Marruecos

La señora que nos salvó

Cruzar el estrecho de Gibraltar

Para mí este nombre sonaba como de aquellos que sólo escuchas en las clases de historia, lees en algún libro o que mencionan en alguna que otra película. Esta vez estábamos nosotras ahí, en Algeciras listas para tomar el ferri que nos cruzaría al continente africano, ¡qué emoción!

Gracias a la alineación estelar, a los poderes del universo o a algún angelito que se apiadó de nosotras, en este ferri conocimos a una señora marroquí que vivía hace mucho tiempo en España, la cual resultó ser nuestra salvación en este país donde no entendíamos ni jota.

Llegamos a Tánger con intenciones de ir a la estación de trenes para ir a Marrakesh. Al bajarnos del ferri sin entender nada nos subimos con esta señora  y tres personas más a un taxi que nos llevó a la estación. Ella nos compró el ticket, nos explicó cómo funcionaban las cosas básicas del lugar y tomamos desayuno juntas (café con mesmen, una especie de creps deliciosos) en la cafetería de la estación. Nos fuimos todo el trayecto en la cabina con ella y con un simpático marroquí que miraba interesado cómo las tres conversábamos y reíamos.

Mercado en Esauira

Mercado

Essauira, real conexión con Marruecos

Tras un par de días en Marrakesh nos dimos cuenta de que necesitábamos alejarnos un poco del mundo turístico y vivir experiencias más genuinas. Gracias a un par de conversaciones decidimos partir a Essauira, un pueblo hacia la costa.

Essauira es de esos pueblos llenos de ferias, galerías, mercados, mercaditos y vendedores callejeros, y lo mejor de todo es que van dirigidos principalmente a los propios habitantes del lugar. Al llegar, lo primero que hicimos fue perdernos en esta fiesta callejera de olores, sabores, colores y curiosos productos comestibles. En una de estas hipnosis llegamos a una tienda de bolsos, carteras, zapatos, mantas, instrumentos y todo lo imaginable. Los chicos que atendían eran increíbles, conversamos un largo rato y terminamos jugando fútbol en la playa, siendo extremadamente respetuosos por lo poco usual que era para ellos jugar con mujeres.

Pescado frito en Esauira

El mejor pescadno frito

Ellos mismos nos hablaron de un café donde se tocaba música en vivo en la noche, al cual debíamos ir.  Les hicimos caso y, junto a un francés y un croata del hostal, fuimos al recomendado “Café des Arts”. Sin duda era un lugar de aquellos, de esos a los que llegas sin mucha expectativa, pero te vas con una sonrisa enrome y con alegría brotando de tus poros. Un pequeño lugar acogedor con pocas mesas, luz de velas y donde al poco andar ya éramos todos amigos y aplaudíamos efusivamente la increíble música que tocaban.

Al día siguiente fuimos a agradecerles a los chicos de la tienda el buen dato y, para nuestra sorpresa, terminamos comiendo con ellos ahí mismo sobre un par de cajas, el mejor pescado frito del lugar y con una sobremesa con, otra vez, increíble música tocada por ellos con los mismos djembes que vendían en la tienda.

Esto era lo que buscábamos, interacciones reales sin interés monetario de por medio, conocer cómo vivían y funcionaban las personas ahí, cuáles eran sus intereses y sus sueños, empaparnos de la cultura marroquí y vivir experiencias viajeras que recordaríamos hasta el día de hoy, y lo logramos. Cumplimos el sueño de sentirnos parte de las raíces del lugar, aunque fuera por dos días.

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