En tren hacia el paraíso neozelandés
Esta ruta en tren por Coromandel me sorprendió y encantó. Además, me dio el privilegio de ver las mejores obras de reconocidos alfareros neozelandeses, de disfrutar paisajes que quitan el aliento y de pasarlo increíble.
Este viaje express fue absolutamente turístico y exploramos todos los lugares que nos sugirieron en el infaltable centro de informaciones. El Driving Creek Railway (DCR) and Potteries era nuestra última parada y, para mí, ahora es el recuerdo más significativo de ese fin de semana.
Todo partió como un check en una lista de cosas que tienes que hacer en la región de Coromandel, Nueva Zelanda. El concepto era entretenido, infantil y distinto a lo que acostumbro ver en Auckland. Así, con pasaje en mano previamente reservado en una agencia, figuraba a las nueve de la mañana parada bajo la lluvia torrencial en una fila con otras 20 personas que no medían más de un metro. Si agregamos a sus papás y/o abuelos éramos un súper grupo de 30. Con mi compañero de aventura nos mirábamos muertos de la risa pensando “¡en qué nos metimos!”, pero lo tomamos algo así como una ida al Chuck E. Cheese’s. ¿Qué tan terrible podía ser subirse a un trencito parecido al de Mundo Mágico para dar vueltas por la montaña? Inofensivo total.
El DCR es el proyecto personal de Barry Brickell, el primer neozelandés dedicado absoluta y únicamente a la alfarería. Según su biografía, fabricó su primer ladrillo a los siete años. Cuando adquirió este terreno su principal foco era dedicarse a sus obras y extraer los materiales necesarios de su entorno. Así se dio cuenta de que necesitaba un medio para transportar los cimientos y objetos pesados. Construir la línea de tren no fue una tarea fácil, principalmente porque Barry quería respetar la naturaleza que lo rodeaba y no pasar a llevar ni un árbol siquiera. En un comienzo la mayor parte de las vías fueron construidas con sus manos.
Mientras nos sumergíamos cada vez más en la historia, nuestro entusiasta chofer/guía turístico, nos contó por el micrófono que íbamos perdiendo en la competencia de gritos y de reconocer animalitos. Niños: 1, nosotros: 0.
Por suerte, el sol se asomó y disfrutamos de una hora de paisajes espectaculares. Había momentos en que realmente no sabía si estaba perdida en una selva asiática o en la mitad de una montaña kiwi. Dentro de este santuario de naturaleza y animales silvestres hay una gran cantidad de kauris, rimu y otros árboles nativos que han sido reforestados desde 1973. Barry además instaló una reja de protección para cuidar a los animales de sus predadores, entre ellos, el ser humano. El recorrido a través de los tres túneles y ríos libres llega hasta el Eyefull Tower, un punto a 165 metros sobre el mar desde donde se pueden ver las islas del cabo este neozelandés.
Como parte de espectáculo, el chofer se queda en silencio mientras te acercas a un precipicio donde, sin mucho aviso, se cortan y acaban las vías. El tren no se detiene, parece que fuera a seguir, veo el abismo, el mar, el barranco, le tengo pánico a la altura, y el tren todavía sigue avanzando. Comienza la guerra de gritos y yo no puedo más de nervios. Niños: 1, nosotros: 100. Ganamos. Ahora que lo pienso, muy ridícula mi reacción al no haber pensado en que era parte del show… lógico que si el tren se detenía cerquita del fin del mundo era mucho más emocionante y el conductor había pisado el freno hace rato… pero yo estaba en las nubes para variar, cosas que pasan.
Este atractivo turístico me sorprendió y encantó. Además tuvimos el privilegio de ver las mejores obras de reconocidos alfareros neozelandeses, de disfrutar paisajes que quitan el aliento y de pasarlo increíble; lo más importante para mí fue el poder estar en un lugar que significa la vida para una persona, tanto así que dejó todo de lado, sacrificó el tener una vida familiar, amorosa y muchas veces social. Todo con tal de ver florecer su sueño. Barry no conoce otro amor además del que siente por su proyecto, pero ese es su estilo de vida y el camino que eligió. No es la forma en que a mí me gustaría vivir, pero eso es lo lindo de la diversidad, que todos escogemos caminos distintos y podemos admirarnos los unos a los otros. De él rescato la devoción, el sacrificio y perseverancia con que dedica todo de sí para dar vida a un anhelo que tuvo años atrás. Cuando Barry muera, entregará su tierra al Gobierno para asegurarse de que ésta sea protegida, que el ecosistema permanezca intacto y todos los visitantes puedan seguir disfrutando de este paraíso escondido en Coromandel, como siempre lo soñó.