Dormir en medio del Amazonas boliviano
A dos horas y media en canoa y una hora caminando entre medio de la vegetación amazónica, se encuentra el Serere, un refugio ecológico donde las paredes son de mosquitero y la vida salvaje no para de sorprenderte.
La avioneta tenía capacidad para 19 personas, contando los tripulantes. Cada turbulencia te hacía sentir más vulnerable y la presión en los oídos era insoportable. Aterrizamos al medio de la nada, en un aeropuerto al aire libre donde no trabajaban más de 10 personas, entre medio de montañas amazónicas y humedad tropical. Habíamos llegado a Rurrenabaque, la puerta de entrada al Amazonas boliviano.
Nos tomó una tarde completa decidir con qué agencia tomábamos el tour. Todas prometían avistamiento de animales y experiencias inolvidables, pero por alguna razón unas eran muchísimo más caras que las otras. En general, mi alma de mochilera siempre elige la opción más barata, pero esta vez le dije a mi papá que estaba segura de que la mejor opción era Serere, una reserva ecológica comandada por Rosa María, un controversial personaje de la zona que creó el Parque Madidi y que luego de algunas discusiones con el gobierno boliviano decidió crear este parque privado de rescate y conservación animal.
Dos días y tres noches en medio del Amazonas
Desde Rurrenabaque puedes elegir ir a la pampa o a la jungla. Ésta última es más grande, con más animales pero más dispersos, así que es más difícil poder divisarlos. De todas formas, Serere tiene una vegetación intermedia, entre jungla y pampa, y se encuentra a dos horas y media bajando por el río Beni. Luego llegas a un pantanal que debes atravesar hasta tierra firme y caminar por cerca de una hora entre medio de la espesa vegetación amazónica.
Ahí estábamos, lejos de la civilización y en medio del suelo más vivo que puedes encontrar. Sabía que en cada rincón se encontraban millones de seres vivos que se hacían presentes con sus llamativos sonidos creando una sinfonía, la misma que escuché hace más de un año atrás en el Amazonas peruano y que deseaba con ansias volver a escuchar.
Nuestra pieza era simplemente increíble. El piso estaba a algunos metros de altura del suelo por temas de seguridad, pero las paredes eran sólo de mosquitero. Era igual que un zoológico, con la diferencia de que los que estábamos encerrados éramos nosotros. Por esa razón pasaba horas acostada en mi cama viendo cómo transitaban los monos araña, mientras escuchaba el impactante sonido de los monos aulladores. Ese lugar generaba intriga y despertaba cada uno de mis sentidos. Al mismo tiempo, la sensación de adrenalina era constante, ya que estabas en el medio de la nada, con sólo un mosquitero que te separaba de los animales salvajes. Lo más terrorífico era caminar de noche los 300 metros entre medio de la selva hasta la recepción para poder comer, escuchando todos los ruidos del mundo animal y sólo provista de una pequeña linterna. En Serere no existe la luz eléctrica, lo que lo hace un lugar aún más especial.
La magia del Serere
Cuando estuve en Serere entendí sus precios. Ser responsable con el medioambiente no es barato y mantener intactas cuatro mil hectáreas protegidas no es tarea fácil. El amor por los animales rescatados y por la naturaleza es lo que hace que este lugar haya sido visitado por grandes fotógrafos y programas internacionales sobre sobrevivencia y paisajes.
Aprendí que las raíces de los árboles milenarios en el Amazonas son poco profundas, ya que consiguen agua a ras de suelo. Esto hace que suelan caerse con facilidad. También aprendí que el mejor lugar para dormir si te pierdes en medio de la jungla son, efectivamente, esas raíces grandes, las cuales generan un refugio natural contra los jaguares, quienes suelen atacar a sus víctimas por la espalda. Aprendí que si conoces bien las plantas del lugar no necesitas volver a la civilización; hay plantas que te curan el dolor de estómago o de cabeza, otras que te entregan agua potable y repelente natural contra los insectos. Pero lo que mejor aprendí es que no hay nada más gratificante en la vida que conocer y compartir con quienes aman la naturaleza y que lucharon por crear algo tan mágico como el Serere, un lugar que logró enamorarme y que nos regaló una nueva aventura con mi mejor y mayor compañero de vida: mi papá.