Belleza y locura en Nápoles


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Los napolitanos se entienden; quieren y respetan a la ciudad cada uno a su manera, la viven al máximo. El océano seduce desde la lejanía y las tiendas te atrapan con sus vitrinas y ofertas. La esencia de Italia vive en ella y si la visitas, es probable que quedes prendado de su locura, al igual que yo.

 

Castel Nuovo, Nápoles

Castel Nuovo

Llegamos en tren a Nápoles con mi pololo desde la elegante Florencia. No habíamos estado en el sur de Italia. Fue todo un impacto; esperábamos algo más parecido a lo que ya conocíamos del país, una especie de orden a la italiana.

La diferencia con Florencia se hizo notar: trattorias de barrio, bocinazos, edificios deslucidos, cerros, desorden, bohemia. Tenía un aire a Valparaíso, lo que nos produjo mucha nostalgia.

Tal como lo habíamos hecho otras veces en Italia y Europa en general, buscamos un hotel en el centro o cerca de la estación de trenes. Craso error, pues era uno de los sectores más peligrosos de la ciudad.

Reconozco que mi primera idea fue salir corriendo. Eternas callejuelas de adoquines con banderines en las alturas, ropa y sábanas colgando de las ventanas y balcones ennegrecidos. El ver a todo el mundo en la calle daba la sensación de que las casas estaban vacías.

Golfo de Nápoles desde San Martino

Golfo de Nápoles desde San Martino

La vida estaba afuera, en lo exterior. Nápoles era una fiesta, un griterío constante, un enjambre de motonetas a toda velocidad.

Ruta a los jardines

A pesar de nuestra primera impresión, estábamos metalizados en disfrutar la ciudad a concho. Y así fue como las calles de Nápoles terminaron por enamorarnos.

El segundo día nuestra caminata comenzó en el Castel Nuovo, el palacio real de la dinastía de Carlos I de Anjou, una mole de cinco torres impresionantes. Sin duda una parada necesaria.

Edificios descoloridos, plazas y monumentos por todos lados. Vía Toledo es un paseo infaltable, al igual que visitar la Plaza del Plebiscito, pero queríamos más, queríamos todo, así  que decidimos ir al punto más alto para poder ver el Golfo di Napoli por completo.

Jardines del Museo San Martino

Vista desde los jardines del Museo San Martino

Subimos a través de los cerros en un moderno funicular que paraba en cuatro puntos. Bajamos en el último, la plaza Fuga, emplazada en el hermoso y pintoresco barrio Vomero.

Desde ahí partimos camino al Museo de San Martino, aledaño al clásico de Nápoles: el Castelo de Sant`Elmo. Por su arquitectura y bellos jardines, ir al museo de San Martino fue lejos la mejor decisión, pues en él arte y naturaleza se mezclan de forma perfecta.

Nápoles es una explosión. De movimiento, comercio, arquitectura y, por supuesto, de comida. Los mejores espaguetis de mi vida y pizzas de mi vida los probé ahí. Combinación ideal de belleza y locura.

¿Cómo perdérselo?

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