Avistamiento en el embalse El Yeso

 

Jamás me habría imaginado que un plato con frijoles nos llevaría a vivir una aventura como esta.

 

Mi pololo estaba de cumpleaños y, como recién llegó a vivir a Chile, decidí que el mejor regalo sería arrendar un auto y llevarlo a acampar al embalse El Yeso. Yo me había imaginado una noche mirando las estrellas mientras brindábamos con un vinito, pero resulta que una comida con frijoles hizo de nuestra acampada algo muchísimo más emocionante.

El viento era insoportable. La carpa se mantenía a duras penas, pero el paisaje era maravilloso. Frente a nosotros estaba el embalse de color turquesa entre medio de montañas multicolores. Atrás de nosotros se encontraban más montañas, riachuelos y caballos salvajes. Parecía el panorama perfecto para nosotros: un buen trekking y luego una romántica cena con copas de vino mirando las estrellas. No podía ser mejor.

Embalse El Yeso, Cajón del Maipo, Chile

Junto a las aguas turquesa del embalse

Todo estaba saliendo como lo habíamos imaginado. El atardecer hacía que las montañas se pusieran de un color anaranjado y terminó tiñendo el embalse de púrpura. Myles, mi pololo inglés, había cocinado una deliciosa comida greca llamada Siete Capas Profundas, tradicional de su familia materna; se trataba de una mezcla de palta, tomate, aceitunas, queso, yogurt, cebollín y… frijoles. Sí, un ingrediente peligroso para una noche sin baños y encerrados en una carpa.

Eran cerca de las 12 de la noche y la luna aún no aparecía, por lo que la oscuridad hacía que las estrellas se vieran aún más intensas. Nos quedamos tomando unas copas de vino hasta que el frío nos obligó a entrar a la carpa. Pasaron un par de horas y los frijoles comenzaron a hacer su efecto, y el llamado de la selva nos obligó a tomar una decisión que cambiaría el rumbo de nuestra noche.

– Agarremos el auto y vámonos a buscar un lugar más alejado, no podemos hacer nuestras necesidades cerca de la carpa y más encima a orillas del embalse –le dije a Myles, echándole la culpa por sus frijoles.

– Éste es un gran e importante paso en nuestra relación –me respondió entre risas, tratando de mirar la situación de una forma positiva.

Embalse El Yeso, Cajón del Maipo, Chile

Rodeados de los colores de las montañas

El comienzo de la aventura

No se veía nada. Las luces del auto alumbraban unos cinco metros y el resto era todo un misterio. Nos alejamos bastante y cumplimos nuestro objetivo, pero a la hora de regresar nos encontramos con un problema: ¿dónde estaba la carpa? Entre la oscuridad habíamos perdido el sentido de la ubicación y no teníamos idea hacia qué dirección manejar. No podía ser tan difícil, así que decidimos dar la vuelta e ir en la dirección contraria. A medio minuto de haber tomado esa decisión el auto quedó encallado en el barro y no pudimos salir más. Había lodo por todas partes y, a esa hora, tratar de salir era tarea perdida. Myles agarró la linterna y me dijo que esperara en el auto mientras él corría a buscar la carpa para ver en qué dirección estaba. Yo no podía más de miedo. No se veía absolutamente nada y me aterraba la idea de quedarme sola en un auto que no arrancaba, en medio de la nada.

A los diez minutos Myles aparece y me dice:

– Es mejor que durmamos aquí, no se ve absolutamente nada y me da miedo que no encontremos la carpa y el auto.

Me quedé amurradísima mirando el cielo sin poder dormir durante unos diez minutos, hasta que una extraña luz en el cielo llamó mi atención.

– Myles, despierta, ¿qué es eso?

– ¿Una estrella muy brillante? –me responde.

– ¿Una estrella muy brillante que se mueve para todos lados? –le digo impresionada por nuestro avistamiento en el embalse El Yeso.

Embalse El Yeso de noche, Cajón del Maipo, Chile

Nuestra carpa en medio del embalse

Les juro que no miento. Les juro que no habíamos consumido ninguna droga. En el cielo había un ovni, de eso estoy segura. Tenía la típica forma ovalada, tiraba destellos de luz que cambiaban de color y se movía para diferentes partes. Estuvimos cerca de media hora observando cómo se acercaba y se alejaba, hasta que desapareció tras las montañas. Cuando pensé que nuestra diversión se había acabado, escuchamos ruidos afuera, prendimos las luces del auto y habían zorros salvajes que se acercaban a nosotros.

– ¿Te imaginas hubiésemos comido fideos con salsa? – me dice Myles.

– No hubiésemos tenido barro, ovnis ni zorros salvajes. ¡Benditos frijoles!

Lugar:

Chile

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