Mochileo por el sur
Fueron demasiadas desgracias en muy poco tiempo. La solución que el psicólogo no fue capaz de darme la encontré en mi mochila. Así, una vez más, viajar me sanó el alma.
Mi vida no estaba siendo como la había planeado. Me echaron del trabajo, mis papás se separaron, mis abuelos se murieron y terminé una relación; todo junto y en menos de un mes. Mi mamá pensó que lo mejor que podía hacer era meterme a un psicólogo, pero en la tercera sesión me di cuenta de que eso no era para mí. Mi verdadera terapia era viajar, así que decidí irme de mochileo por el sur sin muchos planes y, por primera vez, sin compañeros de viaje.
No soy muy fanática de viajar sola, así que preferí llegar a Osorno donde estaba una pareja de amigos. Entre tanta comida y conversaciones nocturnas ya estaba más calmada, pero la angustia seguía latente, por lo que decidimos irnos a recorrer Valdivia. Fuimos al jardín Botánico, cruzamos a la isla Corral y paseamos en barco por los ríos valdivianos.
No fue suficiente, así que con mi amiga nos escapamos a Puerto Varas. A esas alturas me empecé a cuestionar todo; a pesar de que estaba viajando, no encontraba esa calma ni la felicidad que andaba buscando. Quizás era hora de seguir sola.
Cruzando a Chiloé
Uno de mis grandes sueños viajeros era recorrer Chiloé. Llegué a Castro de noche y me asustó un poco la cantidad de ebrios que había en las calles. Me encerré en la pieza del hostal y, como jugada del destino, me habló un amigo chileno que había conocido en Vietnam hace algunos años atrás.
– Hola, ¿dónde andas? ¡Tanto tiempo! –me preguntó.
– Acá, en Chiloé.
– ¿En serio? ¡Yo estoy viviendo en Puyehue! Hace tiempo que quiero ir a Chiloé. ¿Y si me esperas y mañana parto temprano a Castro?
– Acá te espero –le contesté.
La gracia de no tener planes es que se hacen en el camino. Mi amigo llegó y fuimos a conocer los palafitos para luego seguir a Dalcahue, donde me enamoré de la sencillez del pueblo, con las tejas de madera y los barcos pintorescos. De a poco la alegría de viajar estaba sanando cada vacío en mí, hasta que llegamos a Cucao.
Es difícil explicar por qué me emocionó ese lugar, pero hay espacios en el mundo que te detienen la vida y te inundan de emociones. La vista era maravillosa y el ritmo calmado de la localidad ayudaron a que sintiera, al fin, la paz interior que estaba buscando. Recorrimos el Parque Nacional Chiloé y quedamos empapados bajo la lluvia sureña.
De regreso a Puerto Montt
Como si el destino no hubiese hecho ya suficiente, otra amiga me llamó diciendo que estaba junto a su pololo en Puerto Montt y que habían arrendado un auto. Me pasaron a buscar al terminal y seguimos nuestro recorrido por los Saltos de Petrohué, el Lago Todos los Santos, Puerto Octay y Frutillar.
La angustia ya se había ido. La mochila había vuelto a ser mi mejor terapia y ya estaba lista para volver a ser feliz.