Sobreviví a la carretera de la muerte

 

No tengo mucha experiencia sobre la bicicleta, pero me atreví a bajar 40 kilómetros por un camino estrecho, de tan sólo tres metros en algunos lugares, sin guardarrieles y con pendientes pronunciadas que dan vista a un maravilloso paisaje subtropical. Me atreví a bajar por la famosa carretera de la muerte.

 

Panorámica de la carretera de la muerte, Bolivia

Carretera de la muerte desde la cima

Hasta el día anterior al vuelo a La Paz pensábamos ir a Sorata, un pueblo altiplánico en Bolivia. Sin embargo, al ver que iba a llover todos los días, decidimos cambiar de rumbo sobre la marcha. Coroico fue nuestra mejor opción.

Yo sabía que si iba a Coroico mi obligación como viajera era vivir la experiencia de la carretera de la muerte, aún siendo la mujer más miedosa del planeta. Las cifras son sorprendentes: hay un promedio de 209 accidentes y 96 personas muertas por año, lo que le hizo ganar el título del camino más peligroso del mundo. Aún así, la idea no se me salía de la cabeza.

– Vas con las manos en el manubrio y, cada vez que miras el vacío, te viene una adrenalina incontrolable –me dijo un chileno que conocimos la noche anterior a nuestra osadía.

– ¡Sí! Estuve como dos noches teniendo pesadillas con esas pendientes –remató su polola.

Miré a la Dani y, temerosa, le dije: “Amiga, parece que no me atrevo a ir”.

Cascada en la carretera de la muerte, Bolivia

Bajo una cascada

El gran día

Desde La Paz son cerca de 65 kilómetros, pero desde Coroico son sólo 40. Aún así el miedo estaba latente pero no la pensé mucho, como la mayoría de las decisiones riesgosas que tomo en mi vida. Siempre esperé que la Dani me dijera “ya, filo, no lo hagamos”, siendo la única manera de que yo reculase. Pero no. Eso no pasó.

Llegué, pagué y me subí a la bicicleta. Tengo que reconocer que cuando comenzó el camino me latía el corazón a mil por hora. No sabía a qué me iba a enfrentar ni con qué me iba a encontrar. Sólo veía un camino eterno de tierra con piedras sueltas y pendientes donde no se veía el final.

Me armé de valor y comencé a bajar con las manos fijas en el freno, apretando hasta que doliera. Lo que más me asustó es que la carretera también es usada por autos, buses y camiones, y que, a diferencia de Chile, la bajada es por el lado izquierdo, o sea, por el lado del acantilado. Cada vez que se asomaba un camión me entraba pánico, porque significaba que teníamos que compartir los tres metros de tierra y que, si algo pasaba, la primera que iba a caer al barranco e iba a morir descuartizada por la mata tropical iba a ser yo.

Me asusté al ver que todos tenían pinta de ciclistas profesionales, pero después me di cuenta de que la clave estaba en ir a mi propio ritmo. Sin presiones, sin apuro y disfrutando de cada momento. Paré cada vez que quise sacar una foto o, simplemente, cuando mi cuerpo ya no resistía más rebote contra las piedras.

Fue agotador, no hay duda, pero de tenerle terror a la carretera de la muerte pasé a disfrutarlo como un simple paseo en bicicleta. Un simple paseo que me dejó varios callos en las manos, dolor de poto por días, y articulaciones resentidas, pero con una sensación de adrenalina y libertad a mil.

Carretera de la muerte Bolivia

El conocido balconcillo

Lugar:

Bolivia

Intereses:

#ViajerosFaro Ciclismo

Comentarios