Experiencia detox en Ko Phangan
Decidí meterme a un programa de seis días de detox en una paradisíaca isla tailandesa. Nunca pensé ver tantos cambios en tan poco tiempo.
Había escuchado maravillas sobre los tratamientos detox y la idea de hacer uno durante mi viaje por Tailandia se convirtió en una obsesión. Elegí hacerlo en The Sanctuary, en Ko Phangan, un lugar con arena blanca, aguas turquesas, palmeras y árboles nativos. Las habitaciones son pequeñas casitas ubicadas en medio de la jungla.
Allí me recibió Moon, un hombre a cargo del programa, quien me entregó un documento de diez páginas con toda la información del programa de detox. “Esta noche, en el restaurante, debes pedir el cleanser menú. Durante los próximos seis días no volverás a ingerir nada sólido, y sólo tomarás los líquidos y píldoras que te daremos. Te aviso que beber alcohol o tomar cualquier otra droga está estrictamente prohibido durante el programa”.
Hasta ese momento yo sabía que el programa de ayuno busca limpiar, purificar y sanar en forma natural a través de la eliminación de residuos y toxinas. El documento de Moon lo explicaba: el texto detallaba la rutina diaria, las cosas que podían suceder, lo que uno puede o no sentir, qué iría pasando con la energía y los estados de ánimo, y cómo salir del ayuno una vez terminado el tratamiento.
Tras la “última cena” y antes de entrar de lleno en el ayuno, en la barra del Wellness Center nos entregaron a todos los participantes un frasco transparente con nombre, igual a los que se usan en los exámenes de orina, un sachet con cinco cápsulas y otro con una especie de pasta sin sabor que tenía que tomarme a las siete de la mañana con abundante agua. La instrucción fue que cada día uno debe acercarse puntualmente a la hora indicada a la barra a buscar sus batidos y cápsulas.
Sin duda el proceso clave del día era el colonic, que se realizaba a las 4 PM en una de las 10 pequeñas cabañas cercanas al Wellness Center. Al interior de este lugar impecable, sin otro olor que el del incienso, había un WC con un colador adentro. Arriba pendía un balde con cinco litros de una solución líquida en base a cafeína y estimulantes intestinales, desde el que baja hasta el suelo una pequeña sonda transparente. También había una tabla que hace las veces de camilla, una manguera con chorro para lavarse y limpiar el piso, un lavamanos, jabón, ducha, toallas, papel, aceite de oliva y un par de guantes quirúrgicos sellados. Con una relajante música de fondo había que introducir la sonda en el recto y abrir la válvula para dejar pasar la solución del balde, que va limpiando las toxinas y residuos que se han alojado en el colon. Cuando uno se siente lleno, expulsa la solución con todos los residuos. El proceso se repite una y otra vez hasta que se termina el líquido. Luego, con un asco que pensé que no iba a poder soportar, había que ponerse los guantes quirúrgicos y examinar las heces que han quedado en el colador y, tras eso, lavar todos los artefactos. El proceso no duraba más de 45 minutos, no duele, y fue mucho menos fuerte de lo que me imaginé.
El segundo y tercer día fueron los más difíciles. Tenía poca energía, un inusual dolor de cabeza y no dormí bien. En el día no me daba hambre y pasaba casi todo el tiempo junto al resto de las personas que estaban en la misma que yo, descansando en las hamacas o cojines del Wellness Center, leyendo, dormitando, escuchando música, trabajando, mirando el celular o viendo una película. Las exquisitas sesiones en el spa, y las horas de yoga y de meditación eran los grandes soportes del día. Bañarse en el mar, nadar o caminar por las playas también.
Aunque la hora de comida era difícil –hubo noches en que hubiera matado por una copa de vino– llegué al quinto día sintiéndome muy bien: despierto, con energía, de buen humor, deshinchado, y sin angustia ni ansiedad. Percibía mi cuerpo distinto, más liviano y con la piel más luminosa.
Al partir
El sexto y último día llovió intensamente. El mar agitado impidió que los botes llegaran a la playa, por lo que tuve que salir en un jeep hasta Haad Rin y desde ahí tomar un taxi hasta el muelle desde donde sale el ferry a Ko Samui.
Ese día sólo comí un plato de papaya (mi primer sólido), pues no me dio hambre. Al siguiente incluí ensaladas crudas. El tercero, verduras cocidas; el cuarto, arroz y pescado, y el quinto, pastas. A partir del sexto día ya pude comer sin restricción. La recomendación de Moon fue de seguir mi intuición y hacer lo que me pidiera el cuerpo.
El proceso posterior al detox es muy difícil porque ya fuera del centro, uno está entregado a uno mismo y rodeado de tentaciones. Pero, siguiendo las recomendaciones de Moon, he logrado comer menos y disfrutar más. No he vuelto a tomar alcohol y procuro no comer ni dulces ni masas, sólo verduras, mucha fruta y agua.
Estoy con cinco kilos menos, deshinchado y trato de hacer deporte todos los días. Tengo, además, la sensación de que puedo dominar mejor mi cuerpo y mente. En resumen, hacer el detox en Ko Phangan fue una gran experiencia, absolutamente recomendable.