Larga vida a Kuala Lumpur
Estuve en Kuala Lumpur hace varias décadas y no me gustó mucho. Durante mi viaje por el Sudeste Asiático decidí volver y me quedé con la boca abierta: la ciudad logró conquistarme por completo.
Tenía muchos prejuicios con Kuala Lumpur. Estuve ahí hace varios años y no me conmovió nada. Aunque estaba en pleno desarrollo, me pareció fome y sin gusto a nada.
Un par de años después de esa visita se inauguraron las Petronas Twin Towers y mi atención volvió a Malasia. Me atraen mucho los rascacielos y sigo muy de cerca la carrera de los países por construir el edificio más alto del mundo. Las Petronas llamaron especialmente mi atención no sólo porque son las torres gemelas más altas del mundo, sino por ser una gran obra arquitectónica y de ingeniería.
También sabía del pujante desarrollo económico de Malasia estos últimos años y había sentido una pena profunda por los accidentes aéreos que afectaron al país durante 2014, que lo han impactado con una notoria baja de las visitas. Poniendo todo en la balanza, el resultado generó la compra de un ticket a Kuala Lumpur.
Increíble diversidad
El aeropuerto internacional KLIA, es espectacular. Modernísimo, enorme, con mucha luz y una arquitectura e interiorismo perfectos para un terminal por el que transitan más de veinte millones de pasajeros al año.
Había reservado un hotel muy barato, el Dorsett Regeny, bueno y bien ubicado. Lo mejor fue entrar a mi habitación, abrir las cortinas y encontrarme de frente con las Torres Petronas. Me ericé y sentí que había sido desleal con ese país al no desear visitarlo, pues estaba feliz de estar ahí.
Caía la tarde y la temperatura era perfecta, con aire seco, no más de 27° C y una brisa tibia. La ciudad entera estaba decorada con faroles chinos y cabras por todas partes, aprontándose al año nuevo chino, la celebración más importante de Asia.
A poco andar percibí la diversidad racial de Malasia. Al ser un país musulmán se nota la presencia sobre todo en las mujeres, quienes visten rigurosas burkas negras, pero siempre acompañadas con un detalle que, por lo general, es una enorme cartera Vuitton.
También vi coloridas mujeres hindúes, miles de chinos, tailandeses y occidentales de todos colores, tamaños y nacionalidades. Esta diversidad es la que le da variedad al comercio, la gastronomía y las religiones con la presencia de mezquitas, iglesias y templos budistas y chinos.
Me llamó la atención que en Malasia todos trabajan, y no hay mendigos en las calles. Se ven ejecutivos elegantísimos, adolescentes vestidos a la usanza de los peluches japoneses, mujeres con mini faldas y grandes tacos caminando a paso rápido, personajes en guayabera y sandalias, y ancianos, que aportaban sabor y movimiento al ambiente.
Y me atrapó
Como sólo tenía tres días, di una vuelta por la ciudad en un Hop-On Hop-Off para conocer el Chinatown y Little India, el jardín botánico, el Palacio Real, el Mercado Central y la Mezquita Nacional. Sin embargo, me quedaron varios otros puntos que no alcancé a visitar.
El recorrido terminó en las Torres Petronas, magistralmente proyectadas en los ‘80 por el arquitecto tucumano César Pelli e inspiradas en formas geométricas islámicas que hacen que el conjunto sea imponente y con un atractivo tal que no me dejó despegarles los ojos de encima, fotografiándolas por todos los ángulos y diferentes luces del día.
Al día siguiente fui a las Cuevas Batu, el santuario tamil más importante fuera de India, al que anualmente llegan millones de peregrinos. Al regreso quise tomar un taxi para admirar las grandes avenidas de la ciudad, las autopistas y el movimiento de los autos dentro del espacio urbano, que funciona perfectamente.
Malasia es un país barato, diverso, amable, acogedor, intrigante, tolerante, moderno, civilizado y muy seguro, incluso para mujeres que viajan solas. La gente es sonriente, servicial y siempre dispuesta a ayudarte. Al irme sentí que me faltaron días, pero me fui feliz porque Kuala Lumpur conquistó mi corazón.