Viajar solo a Argentina (y terminar acompañado)

 

Este viaje me dio lucidez y tranquilidad de un modo no tradicional para el desafío que venía. Pero, sobre todo, fue un baño de energía viajera que siempre hace falta cuando uno entra en la rutina.

 

Carretera en Argentina

¡Disfrutando el trayecto!

Estudiar para el examen de grado de Derecho no es una tarea menor. Son meses y meses de lectura, reflexión y memorización para jugarse gran parte de los esfuerzos en un solo día. Tenía las últimas semanas para repasar y prepararme, pero en vez de inmersar mi cabeza en los libros tomé una decisión diferente: irme a viajar solo a Argentina en busca de la lucidez para el gran día.

Lo común es aprovechar esas semanas finales sin siquiera dormir para leer las miles de páginas que componen esa prueba. En mi caso, como amante de los viajes, sabía que la mejor manera de estar preparado era empaparme de la pasión que me llena los pulmones: viajar.

Escarbando en la web encontré el Southpass, un pase de buses para recorrer Argentina con el cual uno paga un monto fijo según el número de días que estarás viajando y puedes tomar cuantos buses quieras. Este pase te permite elegir la ruta y el tipo de asiento, lo que otorga máxima flexibilidad para aprovechar la aventura.

Siempre me ha gustado el trayecto tanto como los destinos y esta era la experiencia perfecta en que lo único que tenía seguro era un transporte con el cual rodar de un lugar a otro, y las ganas para conocer personas y paisajes.

Bandera de Argentina

Argentina fue la dosis viajera que necesitaba

Mendoza y los suizos viajeros

Mendoza fue sólo el aperitivo con largas horas de espera en el terminal de buses. La sensación del tiempo es muy subjetiva cuando no se mira el reloj.

Me senté en un rincón del terminal a leer, escuchar música y observar a los cientos de viajeros que llegaban a tomar sus buses hacia distintos lugares de Argentina. Así conocí a una pareja de suizos que viajaba hace años en bicicleta por el mundo. No recuerdo sus nombres ni sus caras, pero sí la motivación que me regalaban al contarme cómo se dedicaban full time a la pasión que compartíamos. A la vista de cualquiera eran “pobres”. Ellos sólo tenían sus bicicletas y una colección infinita de experiencias. Quizás ese día fue el momento exacto cuando se plantó la semilla de la gran aventura que haría un tiempo después con mi señora.

Floralis Genérica

Floralis Genérica en Buenos Aires

Baires, Aileen, la milonga, los libros y el flaco Spinetta

Fueron largas horas de carretera antes de llegar a Buenos Aires. Aileen era la recepcionista del hostal y le gustaban los libros tanto como a mí. Tenía una fundación donde hacían obras de teatro para niños en riesgo social y trabajaba en el hostal porque le encantaba conocer las historias de los viajeros, según me contó.

Horas y horas de conversa me conectaron mucho con la historias de Aileen y Buenos Aires. Con ella me enteré del día de La Gran Milonga Nacional, en que la Avenida de Mayo se cerraba y miles de bailarines se tomaban la calle para bailar frente a los distintos escenarios. Una joya de evento en el que tuve la suerte de participar y hasta de bailar.

También fui con ella a recorrer librerías en Corrientes, donde los libreros no sólo vendían, sino que también amaban a los libros. Es increíble cómo un vendedor apasionado es un mucho mejor vendedor.

Los dos anteriores fueron grandes panoramas, pero no se compararían con el gran hito de mi viaje, el concierto del Flaco Spinetta, que junto a los mayores rockstars argentinos celebraba sus 40 años de carrera. Entre otros estaban Cerati, Charly García y Fito Páez. Todavía recuerdo con nostalgia el estadio de Velez Sarfield bajo la lluvia a las  3 AM en un concierto que duró más de cinco horas y del cual no pude parar de contarle a Aileen al día siguiente.

Cataratas de Iguazú

En las Cataratas de Iguazú

Puerto Iguazú y el alemán “millonario”

Al principio no entendí por qué Phillipp, un alemán con un Mercedes Benz, una enorme casa en Hamburgo y un importante trabajo en una empresa alemana, se alojaba en un hostal y en una pieza compartida en Puerto Iguazú.

Me costaba llevarle el ritmo presupuestario a mi compañero de pieza cuando en la práctica siempre quería moverse a todos lados en taxi o almorzar en los mejores restaurantes. “Yo soy mochilero y tengo presupuesto de mochilero”, le dije más de una vez, a lo que siempre respondía: “No te preocupes, yo invito”.

Cuando fuimos al parque a ver las cataratas, en un momento de sinceridad me dijo: “Amo quedarme en los hostales, porque ahí todavía se respira un espíritu libre que yo fui perdiendo en el camino”.

Córdoba y la montañera ecuatoriana

La conocí en el bus camino a Córdoba. Se llamaba Alejandra y había visitado todas las altas montañas de Latinoamérica y algunas de otros continentes también.

Como pasa muchas veces en los viajes, rápidamente parecíamos viejos amigos. Ella sólo estaba de paso en la ciudad, por lo que tenía un día para “patiperrear” Córdoba.

Dejamos las mochilas en la custodia del terminal y nos fuimos en busca de los rincones viajeros. Otra vez el paisaje pasó a un segundo plano cuando empezamos a contarnos los detalles de nuestras vidas y nos conectamos en nuestros desafíos. Ella también tenía que volver a hacer su examen de grado a Quito. Fue una hermosa coincidencia y una promesa de buenas vibras para ese día. Alejandra fue mi cable a tierra antes de poner a prueba mis conocimientos jurídicos, y otro personaje que hasta hoy me saca una sonrisa cuando la recuerdo.

El viaje sin duda había cumplido el objetivo a cabalidad. Me dio lucidez y tranquilidad de un modo no tradicional para el desafío que venía, pero sobre todo, un baño de energía viajera que siempre hace falta cuando uno entra en la rutina.

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