Viajar en góndola: check


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Esta es la historia de cómo una experiencia muy simple -y para algunos un poco cliché- se convirtió en uno de los episodios más lindos de mi viaje. Es la prueba fehaciente de que cualquier momento, por más pequeño que sea, puede convertirse en algo muy especial.

 

No sé cuándo, por qué ni cómo empezó mi obsesión de viajar en góndola por Venecia. Desde muy chica, cada vez que conocía a alguien que había viajado a Europa, lo llenaba de preguntas acerca de la ciudad de los canales. Pasaba horas mirando las fotos de Encarta hasta que llegó el internet.

Y aunque no soy muy amiga de los clichés, tenía una necesidad vital por pasear en góndola escuchando el O Sole Mio (con acordeón y todo). Así que apenas tuve la oportunidad de escaparme a Europa, sólo había dos cosas claras en mi itinerario: Madrid, por donde llegué, y Venecia. El resto me daba lo mismo.

Vista panorámica del Gran Canal de Venecia

El Gran Canal de Venecia

Era jueves santo cuando salí de la Stazione di Venezia Santa Lucia y me vi envuelta en la clásica postal de la ciudad: el Gran Canal rodeado por espectaculares edificios de colores, repleto de vaporettos, lanchas y, por supuesto, de góndolas.

Era tal la emoción, que ni siquiera me preocupé por acarrear mi maleta de 20 kilos cruzando puentes, subiendo y bajando escaleras, tratando de no perderme en las laberínticas calles y luchando contra mis ganas de parar cada diez metros a sacarle fotos a todo.

Después de veinte minutos de caminata –el Gran Canal de Venecia tiene sólo dos puentes, así que estás obligado a recorrer la ciudad completa para ir de la parte norte a la sur- llegamos a una pequeña isla de onda residencial. Una panadería de look hogareño, una plaza llena de niños persiguiendo palomas y varias tiendas de cachureos marcaban el estilo de la zona donde comienza la Strada Nuova.

El estacionamiento de las góndolasAllí, en un callejón en el que apenas cabía mi maleta, estaba el que sería mi hogar por algunos días. Era la casa que Marcello, un veneciano con el que me contacté por internet, arrendaba a quienes llegan de visita a la ciudad. Nos esperaba con un panettone y varias cosas para comer.

Venecia pasó la prueba del primer impacto. Y no dejó de sorprenderme.

Expectativas a prueba

El Viernes Santo me desperté con la duda de que Venecia funcionara con normalidad. En un país donde casi el 90% de la población es católica, lo más probable era que se guardaran ese día.

Paseando en góndola por los pequeños canales de Venecia

El gondolero me decía que, aún con 20 años de experiencia, manejar una góndola seguía siendo algo difícil

Caminé a uno de los embarcaderos cercanos a la casa y un hombre con polera a rayas, sombrero canotier y un pañuelo rojo en el cuello (igualito que en las películas) estaba esperando por su próximo pasajero: yo. Gracias a un acertado regalo de cumpleaños logré juntar los 80 euros que me pedían por un paseo de 40 minutos. Upa chalupa.

El paseo valió la pena de principio a fin. El olor del agua, el ruidoso ajetreo en el Gran Canal, el silencio al adentrarse nuevamente en las pequeñas islas e, incluso, el ratón de 30 centímetros que se asomó desde una casa, hicieron en conjunto una experiencia de la que no me olvidaré nunca.

Me di cuenta de todo lo que estaba viviendo cuando me topé con un anciano cantante de ópera callejera entonando el Nessun dorma unas cuadras más allá del embarcadero. El señor comenzó a llorar de emoción con el “Vinceró”, contagiando a todos quienes lo mirábamos con la boca abierta y los pelos de punta.

Y abrí los ojos. No sólo había andado en góndola. Estaba viviendo Venecia –y cumpliendo un sueño viajero- de la forma más apasionada posible. Check.

Lugar:

Italia

Intereses:

Navegación

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