Una noche surrealista en una casa de la tribu Hmong
Sapa es un lugar que queda en el norte de Vietnam, casi pegadito al sur de China. Es un valle que queda entre las nubes y que parece sacado de una postal.
Después de instalarnos en una pieza con una vista increíble al valle por 10 dólares, nos fuimos a explorar. En nuestro primer encuentro con las chicas de la minoría étnica Hmong, conocimos a Xi. Nos ofrecía lo mismo que sus «colegas” (trekking y estadía en su casa) con la diferencia de que ella se ganó un sí por parte nuestra. Quedamos de juntarnos al día siguiente y ahí estaba ella, puntual y sonriente.
Partimos caminando a las 10 AM y el trekking que se nos venía era maravilloso. A cada paso el camino se ponía más bonito y el valle nos regalaba vistas espectaculares de sus terrazas de arroz, y los saludos amorosos de los niños que nos cruzamos nos alentaban a seguir.
Después de varias horas atravesando bosques de bambú y las nubes mismas, llegamos a las 5 PM a la casa de Xi, donde vivía con su marido y sus tres hijos, dos niñitas preciosas que me miraban curiosas y un niño que no nos dio ni bola. Su casita era de bambú con piso de tierra.
Tenía una sencillez que invitaba a la reflexión. Viven de sus cultivos de arroz, de sus chanchos y aves… y bueno, de los turistas que aceptan irse con las hmong de trekking.
Al caer la noche, mientras comíamos, Xi nos habló de que pronto llegarían sus amigos. No entendíamos muy bien qué se venía. ¿Acaso haría una fiesta? Nosotros queríamos descansar, pero estábamos en casa ajena, así que había que adaptarse y seguir la corriente.
Hasta ahí, todo parecía «normal».
Pero al rato, Xi nos dijo que si queríamos ir al baño debíamos hacerlo en ese momento, porque las puertas de la casa se clausurarían (el baño estaba afuera). “Ok”, pensamos nosotros y, sin tener ganas ni entender mucho, nos obligamos a hacer pipí.
Después, el marido de Xi con uno de sus amigos se pusieron a excavar un hoyo en el suelo de plena casa a un metro de nuestra cama. Nuestras cabezas influenciadas por Hollywood pensaron por un instante “esta noche morimos cocinados al palo”. Pero no.
Desde afuera de la casa comenzamos a escuchar los agudos y angustiantes chillidos de un chancho. Lo que se venía era evidente: los iban a faenar frente a nosotros. No quisimos mirar todo eso con asco ni con cara de «ay, qué terrible». No había nada que juzgar, ya que estábamos en su terreno y ese chanchito no era su mascota, sino su fuente de alimento. Así de simple.
No quiero dar detalles, pero en el hoyo fueron echando los desechos de sus intestinos. Todo el resto serviría de comida: cabeza, interiores y hasta la sangre del animal era la sopa de este campestre banquete, al que por supuesto dijimos «no, gracias».
No somos vegetarianos ni mucho menos y la verdad, pese a lo fuerte de ver a un pobre chancho chillando mientras lo faenaban, consideramos que es bastante más honesto y puro hacerlo de ese modo que como se hace en las ciudades. A mí por momentos me dio pena el animal, pero después pensé: “¿A caso te dio pena comer ese delicioso chicken curry ayer? ¿Cómo crees que llegó ese pollo a tu plato?”.
Al final, cualquier cosa que no estemos acostumbrados a ver o hacer es lógico que produzca un impacto en nosotros.
Nunca supimos si esto era una especie de ritual, celebración o qué, pero la puerta siguió clausurada toda la noche y cuando sí nos dieron ganas de ir al baño, fuimos a hacer pipí donde hacían todos: en la cocina. Sí, ahí mismo, en el suelo de la cocina (no imaginen la cocina típica occidental).
Por supuesto que esa noche no dormimos nada y, por suerte, ese hoyo que cavaron no fue para echar nuestros restos.
Al día siguiente nos levantamos con un cansancio tremendo y sin mucha energía para emprender la vuelta de 9 kilómetros en subida de regreso a Sapa. Nuestra Xi estaba con una caña del terror de tanto «happy water«, algo así como un licor de arroz tan fuerte como el agua ardiente.
Teníamos la posibilidad de irnos de vuelta a Sapa en moto, pero optamos por caminar. Llegamos de vuelta apenas, pero felices de haber cumplido el sueño de compartir una noche con una minoría étnica que, sin duda, ha sido hasta ahora la noche más surrealista de nuestras vidas.