Un sueño en Torres del Paine junto a Fantástico Sur
Aunque quedan muchos checks por hacer en mi bucket list, por ahora me quedo con la felicidad de haber logrado esos kilómetros que por algún momento vi imposibles de hacer, gracias a Fantástico Sur.
La vida siempre nos tiene sorpresas. No habían pasado ni diez horas desde que me bajé del avión en Calama para ir a San Pedro, cuando me habla Carlos Scheuch, de Faro:
– ¿Fran tienes 100% disponibilidad para ir a Torres del Paine? –me preguntó. Estaba reporteando, por lo que no le tomé mucha importancia, y dije que sí, que feliz iría. – Hicimos un sorteo y saliste seleccionada–, agregó.
No podía más de la felicidad. Una comunidad donde escribo de manera desinteresada sólo por amor al arte me había elegido para ir a representarlos al fin del mundo ¿Quién puede hacer eso? ¡Muy afortunada! Y, tal como dice Gepe en una de sus canciones “de un avión que te bajas en otro de vuelves a subir”, eso estaba pasando. En un mes y medio más iría a hacer el circuito de la W a uno de mis lugares favoritos.
Un mes antes de que empezara la travesía me llegó el primer mail de Fantástico Sur, los encargados de los refugios que están dentro del parque, y quienes nos armaron el viaje con toda la información necesaria: de qué se trataba el circuito de la W, el horario de las comidas, cosas que debíamos tener y ¡chan chan! ¡recorreríamos 71 kilómetros en sólo seis días!
El viaje partió bien desde un principio. Nuestra primera parada fue el Refugio Torre Central, donde conocimos a Paula, nuestra guía. Allí comenzamos a programar nuestra travesía; un par de horas nos tomaría llegar hasta la primera parada de la W: el Refugio Chileno y base Torres.
Caminar, caminar y caminar
Los que están sentados en la comodidad de su casa deben pensar que caminar 71 kilómetros en varios días es fácil: error. El primer día me las di de deportista profesional hasta que me encontré con las famosas subidas. No llevaba ni una hora caminando y ya estaba un poco arrepentida. Pero como la mente es más fuerte, el cansancio me dejó en un par de minutos.
Yo ya había hecho el trekking hasta base Torres, por lo que fue muy fácil y entretenido, pero para otros fue la parte más difícil. La Paula me acompañó buena parte del camino y de verdad uno agradece encontrar personas como ella en estos viajes. Apasionada por la montaña, simpática y siempre muy preocupada por cada uno de nosotros.
Al llegar arriba nos dimos cuenta de que el mirador de las Torres estaba absolutamente despejado –lo que no ocurre siempre– y, a pesar de que hacía frío, pudimos almorzar ahí. Aunque era mi segunda vez allí nada dejó de impresionarme. Desde ahí bajé corriendo hasta el Refugio Chileno, donde pasaríamos la noche.
Del Refugio Chileno a Cuernos
Después de un gran desayuno, y antes de partir rumbo a la segunda parada, Paula nos invitó a elongar entre las montañas escuchando el sonido del río. Partimos otra vez, caminando junto al lago Nördenskjold. Caminé a un ritmo seguro, sin apurarme al ver a los demás adelante. Aproveché de tomar fotos, sentarme a mirar la fauna y pensar un poco.
Llevaba cuatro horas caminando y del refugio ni rastros. Por milagro apareció un baqueano que me dijo que el refugio estaba a la vuelta. Pero en realidad faltaba más de una hora, pues los baqueanos están acostumbrados a recorrer largas distancias.
Cuando por fin llegué al Refugio Cuernos, me recibieron muy atentos con una excelente noticia: había una cabaña para mí sola. No lo podía creer. Y cuando entré, menos. Una mini casa con dos camas, una Bosca y, en el techo, una pequeña ventana con vista hacia los cuernos y el lago Nördenskjold. Me quedé pegada mirando; y es que esas cosas pequeñas son las que te dan realmente felicidad.
A las cinco de la tarde nos sentamos afuera del refugio con una cerveza en la mano, a celebrar nuestro logro. Luego nos relajamos en el hot tub con vista a los cuernos, una buena conversación y pisco sour de calafate. Después de compartir la cena nos fuimos a dormir. Pero antes miré nuevamente el cielo, me di cuenta de que hasta podía contar las estrellas por lo despejado que estaba, tomé una silla y ahí me quedé.
De cuernos a Paine Grande
Para evitar que anocheciera en el camino, a las 9 AM partimos nuevamente. Nuestra primera parada sería el Campamento Italiano, donde debíamos dejar nuestras mochilas y partir con la más chica. Tras dos horas más, y en subida, llegamos a almorzar a un lugar con una increíble vista hacia un glaciar.
Camino a Paine Grande ya estaba con sueño, y sólo visualizaba mi cama y una ducha caliente. Terminé caminando sola, pero ahora con el lago Skotsberg y los cuernos de fondo, que formaban un paisaje impresionante.
El viento estaba peor que otros días y, en un trayecto, incluso nos botó al suelo junto a la Maca, una de mis compañeras de viaje. En medio de un camino más solo que Chernobyl, de pronto la Maca vio un cubo. Era el refugio. Y yo sentí una felicidad inexplicable.
De Paine Grande a Grey
Los dos últimos días mi cuerpo no quería más, pero había que seguir. El frío, el viento de más de 100 kilómetros por hora, las subidas, las bajadas, las piedras y el camino con barro terminaron agregándole una hora más a un viaje que, supuestamente, era de tres horas.
Con los pies cansados, y con más hambre que un león, llegué al Refugio Grey, donde me sentí como en casa. La tarde estaba destinada a nuestras actividades deportivas y nosotros decidimos hacer kayak cerca del glaciar Grey.
Después de ponerme un traje térmico para el agua congelada, recibimos un par de instrucciones que dejan con susto a cualquiera. Con un poco de coordinación, unos gritos y el viento en contra sólo llegamos a la orilla, pues las condiciones del tiempo nos fallaron nuevamente. Nos entró agua congelada y tuvimos que dejar la actividad hasta ahí. Lo único que tengo de esa súper aventurera experiencia es un video en el que salgo muy feliz y haciendo más fuerza que en veinte clases de trekking juntas. Al final, igual se puede.
¡Terminé la W!
¿Se acuerdan de Hansel y Gretel, que iban dejando migas de pan para recordar el camino de vuelta? Yo hice algo parecido y guardé en mi cabeza varios highlights para acordarme en cada parte del camino cuánto me quedaba y así hacer más corto el trayecto en la cabeza. Una piedra, el árbol, la subida.
De vuelta eran once kilómetros hasta tomar el catamarán que me dejaría en Pudeto. Cada paso que daba era uno menos para llegar al final. En el momento menos pensado divisé la caseta de la CONAF. Poco a poco comenzó a llegar el grupo, felices todos por habernos superado a nosotros mismos.
Por qué hay que ir
Todos los días, mientras caminaba, pensaba en que los chilenos son fanáticos de salir del país, teniendo tantos lugares increíbles de Chile tan cerca. Me han contado que la experiencia en un all inclusive es increíble, pero para mí las Torres del Paine tienen todo lo que necesitamos y queremos encontrar.
Es impagable ver el lago Nordenskjöld con su color celeste, ver las Torres absolutamente despejadas, caminar horas y que el premio final sea una cerveza, salir de noche y sentir el silencio absoluto, dormir en una cabaña con una Bosca y una gran vista, lejos de un computador y sin señal de teléfono. Cosas simples.
En un libro leí que “la vida te pone en un lugar del mundo sin que sepas demasiado el porqué”. Y qué cierto, porque a veces la cabeza necesita un respiro. Como es una travesía un poco larga, lo importante es disfrutar cada cosa que vemos. Es absolutamente salir de nuestra zona de comodidad.
Aunque quedan muchos checks por hacer en mi bucket list, por ahora me quedo con la felicidad de haber logrado esos kilómetros que por algún momento vi imposibles de hacer.
PD: Me gustó tanto la experiencia de la W, que vuelvo otra vez en febrero. ¡Gracias Faro y Fantástico Sur por este increíble viaje!