Un roadtrip a Uruguay con la Mochilenta


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Los viajes son personajes e historias junto a ellos. En este caso, el sueño era un roadtrip a Uruguay y el personaje era la Mochilenta, que al poco andar, se convirtió en la versión chilensis de la mítica “Wilson” (de El Náufrago).

 

Auto junto a un camino

La Mochilenta… en pana

No habíamos siquiera llegado a la frontera con Argentina cuando ese Feroza del ‘93 empezó a humear por el capó. La Mochilenta fue el nombre con el que denominamos cariñosamente a esa 4×4 que sería nuestro medio para cumplir otro de esos grandes sueños viajeros: ir a recorrer la costa uruguaya con mi gran amigo viajero Christian.

La Mochilenta se convirtió en una compañera de viajes más y, como todo compañero, también tenía defectos que estábamos dispuestos a aceptar para que el viaje fuera un éxito.

–Te juro que la revisaron completita –me decía Christian mientras nos comíamos unas marraquetas en la laguna del Inca en Portillo, con el auto humeando a nuestro lado. Éramos viajeros y ninguno de los dos sabía nada de mecánica. La Mochilenta no tenía la culpa.

El viaje

Primero fue la falta de cinturones de seguridad. Después vinieron la humareda, la explosión del líquido refrigerante y, finalmente, la pana cerca de Mendoza. En San Luis, bajo la más dura tormenta del último tiempo, nos dimos cuenta que el limpiaparabrisas no funcionaba y había veces que las ventanas no se podían cerrar. Y, para peor, nos sacaron un parte porque las luces se echaron a perder cerca de Rosario.

Mochilenta

Una de las tantas playas uruguayas.

La Mochilenta era la joyita de mi amigo Christian y, pese a todas sus falencias, nos permitió dormir sin pagar un peso a la orilla de la carretera, fue nuestra mesa de comedor al borde del río Uruguay, nuestro paraguas en San Luis, nuestro mirador en el cruce a Argentina y, sobre todo, el lugar donde arreglamos el mundo una y mil veces en largas conversaciones que se dan en los viajes de ruta.

Este viaje nació como una propuesta de última hora para un sueño que siempre tuve. Venía llegando de viajar un año por el mundo, y para que la vuelta a la realidad no fuera tan dura, Christian me tenía la solución:

–Viajar a nuestro aire, recorriendo donde nos dé la gana, con el único objetivo de llegar hasta la frontera con Brasil. Lo demás lo construimos en la ruta –me dijo. Sonaba demasiado atractivo, por lo que sin pensarlo dos veces nos embarcamos Christian, la Mochilenta y yo rumbo a una de las costas más hermosas de Sudamérica.

Mochilenta

Cruce de frontera en la Mochilenta

Varios días después de iniciada la travesía, empezamos a conocer los balnearios uruguayos de los que muchos nos habían hablado. Llegamos a La Paloma con el auto humeando, después nos fuimos rápido a La Pedrera a velocidad crucero y de ahí a Cabo Polonio y Punta del Diablo, donde el 4×4 nos sacó de más de un apuro.

De estos dos últimos lugares nos enamoramos. La temperatura del agua era perfecta, había olas excelentes para capear y ofrecían muchas caminatas por sus interminables y exquisitas playas y dunas. No era raro ver delfines saltando a unos kilómetros mar adentro, o meterse al agua y encontrarse rodeado de tortugas de mar. Habíamos encontrado el paraíso y todas las horas de manejo habían valido la pena.

Al final de cuentas, fue un viaje sin apuros al ritmo de la Mochilenta. Cuando ella se cansaba teníamos que parar a descansar, y en cada una de esas paradas descubrimos un nuevo paisaje, a una nueva persona o escribimos una nueva historia. La Mochilenta llevaba el ritmo… ¡a falta de radio!

Lugar:

Uruguay

Intereses:

Playas Roadtrip

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