Trekking a la cima del volcán Maderas
La nicaragüense Ometepe es considerada la segunda isla más grande del mundo dentro de un lago de agua dulce. En ella existen dos volcanes: el Concepción, aún activo, con 1.610 metros, y el Maderas, de 1.394 metros, inactivo. Nos animamos a subir el segundo por cuenta propia, sin saber con qué nos íbamos a encontrar.
Nos alojamos en el pequeño pueblo de Santo Domingo, en un hostal familiar que tenía salida directa a la playa. Según los lugareños, esa zona era la mejor de la isla, aunque todas las tardes había mucho viento y una tormenta de mosquitos que volaba rápidamente contra la orilla. Como se nos hizo muy difícil disfrutarla, nos fuimos un poco decepcionados a averiguar cómo se podía subir el volcán Maderas, para así aprovechar el tiempo.
En el hostal un local nos explicó que la mejor opción era hacer la ruta hasta la cima con un guía, porque además de durar 9 horas, la subida es ardua y no todo el camino está señalizado. Además nos contó que hace un par de años unos gringos se perdieron en el sendero y los encontraron muertos después de unos días en las faldas de un barranco. Nos insistió mucho diciendo que él era guía y que nos hacía descuento, pero le dijimos que no queríamos, y que en última instancia contrataríamos uno en el inicio del sendero.
Nos tomamos la tarde para pensar en nuestra ruta, así que nos fuimos a comer un imperdible pescado a la parrilla en uno de los pequeños restaurantes de la playa. Como es costumbre en los países centroamericanos, el pescado venía completito, ¡con cabeza y todo! Un rato después hicimos las últimas compras para la aventura y nos preparamos psicológicamente para el ascenso.
Un trekking de nueve horas
A las 4 AM sonó el despertador y nos levantamos a oscuras. Caminamos unos minutos al paradero y nos subimos al único bus que recorre la isla, y que pasa cada dos horas por el lugar. Tras 40 minutos de recorrido llegamos a la finca Magdalena, donde comienza el trekking a la cima del volcán Maderas. Tomamos desayuno contemplando el amanecer en el balcón del restaurante y a las 6 estábamos listos para partir el ascenso. Tal como supusimos, el guía no era obligatorio, por lo que pagamos la entrada y dimos inicio a la travesía.
Durante el primer tercio caminamos por escaleras, tierra, barro y distintos tipos de plantaciones que abundan en la zona, todo en subida y bastante empinado. Cada cierta distancia aparecían distintos senderos, pero seguimos el que estaba indicado con una cinta de color naranjo.
Al llegar al primer descanso pudimos apreciar una vista hermosa de la isla con su vegetación, el volcán Concepción y el lago alrededor. Fue una verdadera postal del lugar.
La siguiente parte del camino era de piedra, barro, mucha vegetación y sonido de monos que anticipaban lo que estaba por venir. Al cabo de dos horas y media de ascenso comenzó a llover muy fuerte, por lo que tuvimos que descansar un poco y esperar a que bajara la intensidad de la lluvia. En eso nos topamos con una pareja de europeos que andaban con guía, y decidimos continuar el recorrido con ellos.
Después de un rato el terreno volvió a cambiar por completo y ahora caminábamos sobre las grandes raíces de los árboles del bosque nuboso. ¡Nos sentimos unos completos aventureros! Eso sí, tras las cuatro horas de trekking las energías eran muy pocas, pero nos motivaba saber que ya estábamos por llegar.
Sin embargo, en la cima del volcán nos dimos cuenta de que ese no era el fin del camino, sino que faltaba la última parte: bajar por el cráter a la laguna «secreta». La única forma de hacerlo era por medio de cuerdas, pasando piedras y raíces que decoraban y obstaculizaban el camino. Cuando finalmente llegamos a la laguna, agotados pero inmensamente felices, nos dijimos: «¡Meta superada!». Pensamos que estaría vacía, pero nos encontramos con muchos jóvenes locales que subían todos los fines de semana al lugar. «¡Estos están locos!”, pensamos.
Descansamos admirando el panorama, la laguna de color verdoso-azulado y su hermosa vegetación, todo mezclado con una neblina densa que parecía no tener apuro en disiparse. Nos comimos nuestros sándwiches y, justo cuando estábamos terminando, escuchamos un grito: «¡Hey, turistas! ¿Se animan a jugar fútbol?». Obviamente me motivé de inmediato y, junto con un español y su guía, nos enfrentamos en un dinámico partido contra los locales. Debido al cansancio no nos fue bien, pero fue una experiencia increíble.
Ya agotados comenzamos el descenso. Sufrimos más que la subida, ya que las rodillas y los pies nos dolían por todo el esfuerzo del día. Después de nueve horas en total llegamos de regreso a la carretera donde dimos por concluida la aventura.
El día fue buenísimo, de mucho esfuerzo, pero cada uno de los dolores posteriores valió la pena. Sin duda es una experiencia que hay que vivir si se viene a la mítica isla de Ometepe.