Torres del Paine: lo más lejos que puedes llegar


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Después de haber viajado harto, sigo encontrando que lo más lindo que he visto en la vida está a cinco horas de la ciudad donde nací, donde todavía está mi casa de niña, mi colegio y todos mis recuerdos de infancia. 

 

Torres del Paine

Con las torres despejadas

No me complico tanto para viajar: me gustan las ciudades grandes, las playas, el campo, hacer trekking, el desierto, andar en bici, me gusta todo. Pero lejos mi lugar favorito es este, el pedazo más bonito de la Patagonia.

No tengo idea de cuántas veces he ido. Mi primer recuerdo debe ser como de los 8 o 9 años, cuando con mi familia fuimos a pescar al río Serrano; obvio que no pesqué nada, pero me acuerdo de haber estado ahí, dormir en carpa con mi saco rojo de niña y sacarnos una foto afuera del antiguo Jeep rojo de mi papá.

Después de eso no sé cuántas veces he vuelto, un verano hasta me fui a vivir ahí. Había pasado todo el año haciendo mi tesis en Santiago y no quería estar más encerrada, así que postulé a un trabajo allá, me llamaron un día para la entrevista y otro día para decirme “empiezas mañana”, y partí. Era increíble levantarte temprano, trabajar pasándolo bien, vivir esos días eternos en que oscurece a las 11 de la noche y que, aunque esté de noche, nunca esté totalmente oscuro, porque la impresionante cantidad de estrellas que se ven en esos cielos limpios hace que siempre esté un poco iluminado; esas cosas que pasan en la Patagonia no más.

La base de las torres, la foto más famosa del parque, esa con las tres enormes paredes de granito, es como la guinda de la torta del parque, pero como todo lo bueno, está reservado para algunos no más. No te encuentras con las torres frente a frente sin poner un poco de tu parte. En total son ocho horas, no muy difíciles, pero a veces el viento, la lluvia o el inestable clima de la Patagonia te juegan una mala pasada sin dejarte ver nada. He tenido suerte porque, siendo de allá y con todas las veces que he ido, siempre me ha tocado despejado. He visto gente que ha viajado la mitad del mundo sólo para esos minutos y se ha encontrado con un cielo completamente cerrado.

Cuernos de las Torres del Paine tras el lago Pehoé

Cuernos y lago Pehoé

Un verano con unas amigas hicimos ese trekking de noche; la idea era llegar como a las 5 AM a la base y ver el amanecer. No sé si fue muy inteligente, porque arriba estaba nevando y me empecé a enfriar y a quedar dormida. Terminé tomando leche condensada de la lata que me pasó una amiga para revivir, pero valió la pena ver el cielo ponerse naranjo, iluminar todo y compartir eso sólo con unas pocas personas.

Me acuerdo que el 27 de diciembre de 2011, el día que partió el último incendio grande, yo estaba en Puerto Natales. Estaba despejado y desde la costanera se veía el humo avanzando: el implacable viento patagónico ese día era de más de 100 kilómetros por hora e hizo que el fuego se saliera de control, arrasando con más de 17 mil hectáreas de bosque protegido. La alerta se levantó el 8 de marzo. Recién casi dos meses y medio después, CONAF declaró que el fuego se había extinguido por completo.

Cabalgata por el Parque Nacional Torres del Paine

Cabalgata

Ese mismo año volví a ir en invierno. Habían pasado como cinco meses, pero el olor a quemado todavía estaba impregnado en el parque. Fue impresionante verlo así, pero de todas formas ese viaje es uno de los que más me ha gustado; no había nadie y caminar horas sin encontrar a otra persona fue impagable. En 12 kilómetros hasta Glaciar Grey las únicas personas que encontramos fueron unos voluntarios de Reforestemos Patagonia plantando árboles en el sector donde había empezado todo. Lo mejor de ese viaje en invierno fue andar a caballo en la pampa, con ese frío que te parte la cara, entre montañas nevadas y ese silencio infinito. Pura libertad.

Hace harto tiempo que no voy. La última vez fue la Semana Santa de 2013 en un paseo con mi curso del colegio. Nos tocaron dos días con calor de verano, cielo despejado y ni un poco de viento; lejos el mejor regalo para juntarnos todos en nuestra tierra.

Creo que no vale la pena enumerar lo más bonito o lo imperdible. Todavía ni siquiera conozco el parque completo; 242 mil hectáreas son harto para recorrer. Lo importante es ir no más.  Hace unos años, cinco millones de personas votaron para elegir a este lugar como la octava maravilla del mundo; no pueden estar tan equivocados.

Lugar:

Chile

Intereses:

Parques Trekking

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