Tokio, donde nunca pensaste llegar
Hay ciudades que se han metido en mi inconsciente gracias al cine. Cuando vi Perdidos en Tokio por primera vez, creo que conocía cuatro países; pero desde allí, llegar a la capital del imperio del sol, siempre fue un sueño pendiente.
En realidad nunca pensé que mi recorrido por Asia terminaría en Japón, pero eso es lo bueno de los viajes, que uno no saca nada con planear mucho, porque al final las cosas resultan de cualquier forma, menos como uno las imaginó al comienzo.
Siempre creí que Tokio iba a ser una ciudad más inalcanzable, que me iba a demorar un poco más en llegar; porque está lejos, porque es muy cara y otras trabas que uno solo se va poniendo. He descubierto que con los viajes y con casi todo en la vida, al final querer es poder.
Con visa para tres meses y plata para tres días
El vuelo desde Bangkok salió en la noche y llegó temprano en la mañana a Narita, el enorme aeropuerto donde me estamparon el pasaporte con una visa por tres meses, cuando a esas alturas en mi billetera me quedaba plata para tres días. Pero eso daba lo mismo; ya estaba ahí, exactamente a 16.944 kilómetros de mi Punta Arenas, que en ese momento parecía el punto más lejano de la tierra.
Desde que pisas el aeropuerto te das cuenta de que Japón es otro mundo. Ya llevaba dos meses en Asia y tenía claro que Oriente y Occidente son totalmente opuestos, pero Tokio superó todo lo que se me había ocurrido pensar de esa ciudad.
Lo mejor es que no tenía muchas expectativas. En otros viajes he sabido desde mucho antes lo que quiero ver y hacer en ciudades tipo Londres o París. Pero otras veces me ha pasado que he llegado a lugares sin haber pensado nada y ha resultado ser lo mejor. Eso me pasó con Berlín, me dijeron “anda, es feo-cool, te va a gustar”. Llegué sabiendo que existía el muro y la puerta de Brandeburgo y el resto fue una sorpresa; fue lo mejor caminar sin rumbo, agarrar el metro o el tranvía y descubrir una ciudad fascinante sin esperarlo. Lo mismo me pasó en Tokio; sabía que quería ir a Shibuya y perderme entre la masa de gente que repleta este cruce, el más grande del mundo. Pero todo lo demás fue un regalo.
Perderse para encontrar
Más allá del cliché de la película de Sofía Coppola, donde Scarlett Johansson camina tratando de encontrarse a ella misma en una ciudad llena de gente, eso pasa en la realidad. La ciudad es enorme, rápida, intensa, las personas se mueven rápido, como hormiguitas ordenadas de un lado a otro, mientras uno mira impávido este espectáculo. La sensación de estar perdido es una constante; hay poca información en inglés y la ciudad no para. Pero eso es lo entretenido de ir a un lugar así, donde todo parece ajeno, donde uno realmente siente que no pertenece y es sólo un espectador de la vida diaria de este mundo fascinante que se mueve a mil por hora.
Y así pasa que, caminando entre el frío y la lluvia de diciembre, te encuentras con una disquería de siete niveles; con un piso completo dedicado a los Beatles, repleto de vinilos editados en Japón en los ’60; con puestitos de comidas que venden los mejores takoyakis que has probado; con Shinjuku, un distrito fascinante con un parque maravilloso donde The Killers grabó el video de Read my mind; con las impresionantes calles de Ginza repletas de tiendas de lujo con el diseño más elegante que he visto hasta ahora; con panaderías donde venden baguettes negros hechos con tinta de calamar y rellenos de queso; con los edificios del Gobierno Metropolitano de Tokio, donde se puede subir a los miradores del piso 45 y apreciar la inmensidad de la ciudad y, si está despejado, divisar a lo lejos el monte Fuji; con Tsukiji, el mercado de productos del mar más grande del mundo, donde cada amanecer se rematan enormes atunes rojos de 200 kilos; con la estatua de Hachiko, el recordado perro Akita que esperó durante años a su dueño a la salida del metro y así podría seguir eternamente.
Tokio es una ciudad sin límites y una obra de arte en sí misma. La lección de esta ciudad fue que a veces no queda más que dejarse sorprender por las vueltas de la vida y disfrutar de estos regalos. Finalmente son éstas las experiencias que nos mueven a seguir viajando y a descubrir más rincones de este mundo infinito.