Talin: la magia vikinga en Estonia
Fue como entrar a una máquina del tiempo y retroceder al siglo VII, cuando comenzaron los asentamientos vikingos en el Báltico. No me esperaba nada y me sorprendí con todo. Sólo me faltaron las trenzas colgando, los cachos, un escudo y el jarro de cerveza para sentirme como Lagertha, esposa de Ragnar, y ser una vikinga más de Talin.
Por primera vez en todo el viaje nos dimos ese “lujo de mochilero”, que el hostal quedara en el mismísimo old town, ubicación que la mayoría de las ciudades tiene, donde se encuentran las principales atracciones turísticas o el comercio más popular. Llegamos en la mañana, dejamos la mochila y a caminar.
Junto a Diego, mi pololo, veníamos recorriendo los países bálticos hace casi una semana. Pasamos por Vilna (Lituania), Riga (Letonia) y finalmente llegamos a Talin, en Estonia. El orden en que recorrimos fue el preciso, pues calzó que íbamos de menos a más.
De Talin sabía poco y nada. Diego es el mateo de la relación y es él quien averigua cada detalle de las ciudad a las que llegamos. Yo prefiero ir sin mucha información, pues creo que así es más fácil sorprenderse. Y no me equivoqué.
Talin me dejó boquiabierta. Sus calles angostitas y de perfectos adoquines –hay que decirlo, a veces cansa caminar por adoquines– nos trasladó a lo más profundo de la época vikinga. Las mujeres llevaban vestidos anchos y largos, las bandas tocaban en vivo música pagana y la cerveza corría como si fuese agua. Se respiraba un ambiente fiestero y parecía que todos andaban de vacaciones.
Almorzamos rápidamente en un McDonald’s (¡infaltable!), para luego seguir con la caminata. Llegamos a la catedral que es maravillosa: tres cúpulas grandes, una de ellas en remodelación, muy altas y cada una con su cruz. Pasamos por tiendas donde todos los adornos giraban en torno a los vikingos y aprovechamos de comprar un imán para agregar a nuestra colección.
Nos pilló la lluvia en pleno turisteo y nos tuvimos que refugiar. Mientras, no me cansaba de admirar las construcciones. Como cuando digo que a mí me gusta conocer todo es literalmente todo, decidimos salir del old town para caminar hasta el puerto donde, luego de dos días, tomaríamos el ferry para cruzar a Helsinki.
Por fuera el old town se ve muy lindo, completamente amurallado y rodeado de áreas verdes. El puerto está muy bien organizado. Es casi como estar en un aeropuerto, sólo que más chico. Hay cafeterías y lugares para tomar desayuno antes de embarcar. Los ferries son gigantes y más parecen cruceros.
A la noche, de regreso, nos tomamos una cerveza en un restaurant temático. Las meseras eran vikingas y la comida la servían en platos grandes como de piedra. La gente comía con la mano y el bebestible se servía en jarrones.
Talin tiene toda la magia vikinga en Estonia y es encantadora. Si bien es un poco más caro de lo habitual para un mochilero, es por lejos la mejor ciudad de los tres países bálticos. Un imperdible para quienes son fanáticos de Vikings, como yo.