Sueño más que cumplido: Java en 5 días
Los sueños se cumplen y yo lo comprobé. Costó llegar, pero cuando se tiene convicción y ganas de conocer un lugar no hay tiempo, dinero, cansancio, clima, ni nada que impida a un viajero empedernido lograr su cometido. Así es como finalmente llegué a Java, en Indonesia, la isla más poblada de la tierra, esa que me enamoró con su variedad de paisajes y que dejó un recuerdo imborrable en mi memoria. A continuación les dejo los datos de cómo recorrer los imperdibles de la isla en pocos días.
Tal como les conté en una publicación anterior, tuvieron que pasar años para poder llegar a conocer Java. Indonesia es mi país favorito y he tenido la suerte de conocer muchas de sus maravillosas islas, como Bali, Lombok, Flores y Komodo. Por eso, no pude creer que, justo al llegar a Indonesia para cumplir este sueño, hubiese hecho erupción un volcán en Java.
Era la tercera vez que estaba en ese país, esta vez en compañía de mi mejor amigo, al que le había estado hablando sobre esta isla durante el mes completo que estuvimos viajando antes de llegar. Averiguamos y la erupción era menor, así que supuestamente no afectaría nuestro itinerario ni el vuelo de vuelta.
Armamos una mochila pequeña para cada uno con la ropa más abrigada que teníamos –que por supuesto no era mucha considerando que veníamos de Tailandia y Myanmar, donde las temperaturas eran altas– y dejamos las mochilas grandes en el hotel donde nos estábamos quedando en Kuta, Bali. Así partimos al terminal de buses Ubung, siguiendo algunos datos que recopilé de otros viajeros, donde trataron de vendernos pasajes de todo tipo, a distintos precios y a varios destinos. Confundidos como estábamos, se nos acercó un canadiense que hablaba español y nos comentó que él recién había comprado su pasaje a Gilimanuk, donde se toma el ferry a Ketapang, en Java, para luego llegar a la base de nuestro primer destino en Banjuwangi: el famoso volcán Ijen. Nos pareció un precio razonable y emprendimos el viaje.
Tour por los emblemáticos volcanes Ijen y Bromo
Ya en el bus nos hicimos amigos del canadiense y su pareja, que iban a Java sin tener muy claro su itinerario. Como nosotros íbamos con los días justos, les comentamos cuál era nuestro recorrido y decidieron ir al kawah Ijen con nosotros.
Creo que este fue el peor viaje en bus que hicimos. Fueron sólo cuatro horas, pero los asientos eran muy incómodos, los pasajeros fumaban adentro y hacía un calor insoportable, pero aún así encontramos la forma de relajarnos y pasarlo bien.
Llegamos al hotel –que no tenía ducha y había que bañarse con un balde con agua fría– y descansamos un par de horas hasta que a medianoche nos pasaron a buscar en un jeep que nos dejó en la base del volcán. Desde ahí caminamos durante algunas horas en subida, a oscuras, con las linternas de los teléfonos y con mucho frío, hasta llegar a la parte donde se ponía más complicado el asunto. Había que descender por un camino muy rocoso, aún a oscuras (cabe destacar la astucia de algunos turistas que fueron preparados y llevaron esas linternas-cintillo que se ponen en la cabeza y dejan las manos libres para el trekking) y además teníamos que usar mascarillas porque el viento a ratos traía una nube de gas de azufre muy fuerte que dificultaba ver y respirar.
Al llegar abajo nos encontramos con un espectáculo de llamas de fuego azul en medio de la oscuridad, y pudimos ver cómo los mineros extraen el azufre cargando canastos muy pesados cuesta arriba, por el mismo camino que hicimos nosotros, sin mascarillas ¡y algunos hasta fumando! Además de lo impactante del panorama, nos instalamos a ver el amanecer y, cuando salieron los primeros rayos de sol, apareció inesperadamente una hermosa laguna de agua calipso en el cráter. Ahí sentimos que realmente había valido la pena todo el esfuerzo.
Emprendimos el camino de vuelta, ahora con luz, y volvimos al jeep que nos llevó al hostal. Tomamos desayuno y partimos al siguiente destino. Nos hicimos muy amigos de los canadienses así que decidieron seguir con nosotros hasta el final.
De amaneceres y puestas de sol
Partimos a Probolinggo y desde ahí a Cemoro Lawang, el pueblo base del kawah Bromo, un volcán activo de más de 2.000 metros de altura, con una constante columna de humo blanco muy llamativa y un sonido muy particular.
Nos habían recomendado un hostal a los pies del volcán, pero tuvimos la suerte de que nos ofrecieran una casa sólo para nosotros cuatro, acogedora, muy bien ubicada y a muy buen precio. A esas alturas ya no podíamos pedir más, estábamos felices. Nos instalamos, nos comimos un tradicional mie y nasi goreng –arroz y noodles fritos, platos típicos de Indonesia– y nos acostamos, porque había que comenzar muy temprano el trekking hacia el mirador desde donde se observa el amanecer en el Bromo.
No quisimos tomar tour y lo hicimos por nuestra cuenta. El camino se hizo más agradable yendo en grupo y parando en la mitad a comprar un café para entrar en calor y ganar energía. Así fue como llegamos a uno de los miradores a esperar el amanecer. El espectáculo fue realmente increíble, las vistas eran como de otro planeta y, además del Bromo y su columna de humo, todo lo que lo rodeaba era de una belleza sobrecogedora. Nos quedamos un buen rato y volvimos a la casa.
No sé de dónde sacamos fuerzas, pero luego de una pequeña siesta partimos a ver el atardecer al mismísimo Bromo. Con toda calma partimos la caminata, nos sentamos en un templo a descansar mientras algunos paseaban a caballo y nos comimos nuestro innovador e improvisado snack backpacker compuesto de pan con chocolate, plátano y huevo duro. Lo patentamos como el delicioso “sándwich Bromo”.
Luego de subir una larga escalera llegamos al Bromo, y como era de esperar, el paisaje desde las alturas del volcán era precioso, y de fondo sonaba el cráter como si adentro hubiera un mar con olas. Ahí esperamos el atardecer para luego bajar y volver a casa.
Esa noche, a pesar del cansancio, fuimos a un rico restaurant y nos pedimos cuatro platos que no sabíamos lo que eran, para compartirlos entre todos. ¡Los cuatro estaban exquisitos! Y, por supuesto, los acompañamos de un par de Bintangs, la cerveza local.
Cemoro Lawang es un pueblito pequeño pero con un ambiente muy agradable, así que recomiendo ir con más tiempo, para quedarse un día más. Nosotros dormimos y partimos a la mañana siguiente de vuelta a Probolinggo para tomar un bus de más de 12 horas a Yogyakarta.
Yogyakarta y sus templos
Luego de viajar todo el día, llegamos de noche a Yogyakarta directo a descansar al hotel. Dejamos contratado un tour para ir a ver el amanecer (sí, otro amanecer) al famoso Borobudur, el monumento budista más grande del mundo, Patrimonio de la Humanidad y considerado una de las siete maravillas del mundo. Tuvimos la mala suerte de que el auto que nos pasaría a buscar nunca llegó, así que nos perdimos el amanecer, pero la verdad es que a fin de cuentas no fue tan malo, porque arrendamos motos y partimos por nuestra cuenta. De esta forma siempre se puede conocer más la ciudad, y Yogyakarta tiene mucha onda y paisajes que vale la pena recorrer con tiempo.
Anduvimos horas en la moto hasta llegar a Borobudur, al que además era más barato entrar después del amanecer. Lo recorrimos con calma, sacamos las fotos correspondientes y al parecer nos relajamos mucho, porque partimos un poco tarde al siguiente destino, el Prambanan, un conjunto de más de 200 templos inspirados en la mitología hindú y que también está clasificado por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. El problema es que estaba más lejos de lo que pensábamos, así que, después de un largo recorrido en moto, llegamos y estaba cerrado.
Desgraciadamente nuestro vuelo de vuelta a Bali partía temprano al día siguiente, así que no podríamos volver a Prambanan. Sin embargo, logramos entrar a un restaurante que queda muy cerca, desde donde se tiene una vista espectacular a esta inmensa construcción, iluminada con focos especiales por ser de noche. Algo es algo o peor es nada, dirían los positivos, y así fue como lo tomamos nosotros.
Emprendimos el viaje de vuelta a Yogyakarta y nos fuimos a una linda calle con bares y restaurantes a tomar unas cervezas con los canadienses y unos españoles que conocimos en el bus, y al día siguiente nos fuimos a Bali.
Como ven, todo se puede hacer en cinco días, pero como siempre hay imprevistos es mejor ir con uno o dos días de sobra; además, Yogyakarta me pareció muy interesante para recorrerla con un poco más de tiempo. Creo que es una señal de que algún día, ojalá más temprano que tarde, tendré que volver a la maravillosa isla de Java.