Sevilla tiene un color especial
Porque Sevilla tiene lo mejor del mundo español y del mundo árabe. Porque Sevilla es simpática, alegre y bohemia. Porque el flamenco es desgarrador y Sevilla el lugar indicado para que una gitana, que rompe el piso con sus tacos, te cuente su historia. Porque ir de noche a Plaza de España, sin saber lo que ahí vas a ver, es un regalo de la vida. De la vida y la buena suerte. Porque Sevilla es una fiesta. Porque Sevilla solo puede ser uno de mis lugares en el mundo.
Probablemente si alguna vez escuchaste la canción de Los del Río, leíste el título de esta nota cantando. Si nunca lo hiciste, y tampoco la conoces, tienes que saber una cosa: el sur también existe. No lo digo yo. Son las palabras del poeta uruguayo Mario Benedetti que nos invita a volver la mirada a esas tierras.
Para los que hemos nacido en Latinoamérica, no es una novedad, mal que mal, procedemos del último rincón del mundo, ¿pero qué pasa con Europa? ¿Qué pasa precisamente al sur de la Península Ibérica?
Hace casi 400 noches vivo por estudios en Madrid y hasta entonces no me había adentrado en la magia de la región de Andalucía. Parecía, a estas alturas, una obligación hacerlo. Primero por el encanto del Mediterráneo, que todos los que conocemos Barcelona, sabemos que es inigualable, así como por el sabor de un buen salmorejo, la fuerza del flamenco y la belleza imperfecta del Guadalquivir.
A 532 kilómetros al sur de Madrid nace Sevilla, una ciudad que no conoce el otoño y menos el invierno. Quizás por eso decidí sumergirme en la aventura que significa comprar los boletos del AVE que sale desde la estación de Atocha y culmina en Santa Justa, terminal de la ciudad de las maravillas, como reza su lema. El trayecto dura dos horas y media y cuando desciendes del vagón, sientes que aquí todavía es verano y que 34 grados aún queman la piel.
¿Cuántos días se necesitan para recorrer Sevilla? Toda una vida, me respondieron muchos. Yo digo que sí, que es cierto, pero que tres días, como mínimo, son también suficientes para percibir un poco de esta realidad que parece una mezcla de presente y pasado que te seduce con acento andaluz, que te obliga a perderte por las callecitas de colores, casi laberínticas de barrios como La Macarena, El Porvenir, Triana, Santa Cruz o Los Remedios, que te arroja a un mundo de poesía mientras lees a Antonio Machado que decía que su infancia la vio transcurrir allí, en esa ciudad que se jacta de tener el casco antiguo más extenso de España.
Quizás por eso nos sobran los motivos para ir a Sevilla y visitar la Catedral, el Alcázar, la Giralda o el Archivo de Indias, que fueron declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1987, así como la Torre del Oro o la Plaza de España, candidatas a obtener dicho reconocimiento desde fines de 2013.
Porque Sevilla tiene lo mejor del mundo español y del mundo árabe, con influencias de romanos y visigodos. Porque Sevilla es simpática, alegre y bohemia. Porque en Sevilla puedes decir que tuviste un verano de salmorejos que te derritieron el paladar (sí, esa crema, casi sopa, que se entremezcla con migas de pan, ajo, aceite de oliva, sal, tomate, jamón y pedacitos de huevo duro). Porque el flamenco es desgarrador y Sevilla el lugar indicado para que una gitana, que rompe el piso con sus tacos, te cuente su historia.
Porque Sevilla te recuerda que el amor no es fácil. Que también es a destiempos. Porque en Sevilla aprendes que si te estremeces cuando asistes a un espectáculo de flamenco es por culpa del duende. Y ahí solo puedes aplaudir. Porque Sevilla tiene la catedral gótica más extensa del mundo. También la tercera más grande. Porque el Alcázar es el palacio real más antiguo de Europa. Porque ir de noche a Plaza de España, sin saber lo que ahí vas a ver, es un regalo de la vida. De la vida y la buena suerte. De luces y sombras y voces de cualquier parte.
Porque Cervantes se inspiró en sus calles para imaginar episodios de la novela “Rinconete y Cortadillo”. Porque en Sevilla puedes dormir en un hotel en Santa Cruz, asomarte al balcón y ver cómo la gente se ríe y conversa y se come la noche en el antiguo barrio de la judería medieval. Porque todo está cerca. Porque las calles son estrechas y llegan siempre al mismo punto. Porque en Sevilla puedes devorarte sin culpa un gazpacho andaluz, una ensaladilla rusa, un flamenquín o un inolvidable pescado frito. Hastiarte de quesos y jamones y tapas y bocadillos. Y que aquí no importa si subiste tres kilos en una semana.
Porque puedes ir caminando por cualquier calle, a cualquier hora, y ver un cartel que anuncia una exposición sobre la vida de Cortázar. Porque puede ser lunes y a nadie le va a importar mucho. Porque puede ser lunes y una gran feria gastronómica de todos los países del mundo se va a tomar la plaza. Porque Sevilla es una fiesta. Porque la cultura del tapeo toma más fuerza que nunca. Porque es mejor que no pidas un plato y le digas que sí a seis tapas de diferentes colores y formas. Sí, todas para ti. Y siempre con dos tintos de verano. Porque Pérez-Reverte decía que Sevilla desafiaba la literatura. Y tenía razón. Porque la sevillana es el baile tradicional y tiene la fuerza del español, del árabe, del extranjero, del inmigrante, del exiliado, del desterrado. Porque Sevilla, por esas y otras cien razones, solo puede ser mi lugar en el mundo.