Santorini, la perla de las Cícladas

 

Primero fueron los pájaros de Atenas, luego el blanco y el azul de Mykonos y, finalmente, el silencio de Santorini. Rincones, momentos y lugares que quedarán aquí y allá, en este u otro tiempo, en esta y otra historia, una historia mía o quizás no tan mía, pero que tendrá el nombre de mi abuelo. Y eso sí va a ser para siempre.

Me pidieron que recordara, me pidieron que cerrara los ojos y me transportara, que intentara ver ese lugar mágico donde el tiempo se rompió, donde el tiempo de una u otra manera se quedó ahí, suspendido. Quizás como todas las cosas importantes de la vida. Un lugar. Mi lugar.

Montserrat con el atardecer de Santorini al fondo Viajar a Grecia fue infinitamente triste. Mi abuelo había muerto solo unos días antes y llegar a Atenas así, rota, despertándome en medio de la noche, perdida, buscando algo, no fue fácil. Nunca es fácil. Sin embargo, ahí estaba.

Había decidido muchos meses antes embarcarme en la aventura de recorrer durante tres largas semanas la cultura helénica. Y a pesar de todo, de la angustia, de la urgencia por volver a Chile, de la desolación en la que estaba presa en ese momento, recuerdo un lugar, una playa y cinco voces esparcidas en medio de la nada: Santorini.

Era mi cuarta parada. Venía de estar en Milán, Atenas y Mykonos. Me quedaba mucha historia todavía. Santorini supuso, de un modo que todavía me cuesta entender, la paz. Quizás porque Atenas es, después de todo, la historia de una gran civilización hecha pedazos en tiempos contemporáneos y Mykonos, la fiesta eterna, esa de trajes largos por la noche, restaurantes caros y playas con cuerpos esculpidos.

Vista panorámica de SantoriniLa perla de las Cícladas, como es conocida esta isla griega, seguía siendo un destino elegante, seguía teniendo la puesta de sol más bonita en Oia, donde todos queríamos hacer la mejor foto, pero tenía también lugares donde la arena, hecha de piedras negras, te invitaba a dormir una siesta mientras el sol te quemaba la cara y el mar, claro y quieto, rozaba tus pies, tu piel morena.

Escribiendo retrocedo al inicio de todo, antes de embarcarnos en el ferry que nos llevaría a destino, cuando conocimos a dos chilenos y dos españolas con los que entablamos ese tipo de vínculo que uno construye en la distancia. Todos éramos viajeros. Todos éramos demasiado jóvenes todavía. Y esto fue en agosto. Agosto de 2014.

Como fuera, tuvimos química. Ellas, ellos y nosotras. Nos hicimos amigos, de esas amistades medio eternas, medio de mentira, pero que duran para siempre porque son demasiado breves para ser rotas por la vida misma.

Al llegar, y después de almorzar en un restaurante en el puerto, nos dividimos y nos volvimos a encontrar una noche en la playa de Perissa, 15 kilómetros al sureste de Fira o Thira (capital de la isla de Santorini).

Atardecer en SantoriniDespués de tomar unos mojitos y escuchar música, decidimos sin pensarlo mucho sacarnos la ropa, meternos en el agua tibia a las cinco de la mañana y dejarnos llevar por el pequeño oleaje, la luz de una luna llena y cuatro estrellas fugaces en medio del mar que, en ese minuto, fueron cuatro razones que me dio la isla para estar en paz en esas aguas de un verano caliente que me atrapaban y me tocaban y me recordaban que la vida estaba aquí; que todo era ahora.

Después vino el frío y todo lo que conozco de memoria, llegar con el pelo mojado, medio tiritona, con la ropa húmeda al hostal. No podía dormir, así que no entré a la habitación. Me quedé dos horas en uno de los sillones, al aire libre, mirando las estrellas que quedaban, agradeciendo estar viva para poder contarlo tanto tiempo después.

Porque me sentía feliz, aunque esa felicidad también fuera de papel y es que todo en mí en ese tiempo era de papel. El viaje, y eso lo entiendo ahora, significó un quiebre en mi vida, un tránsito melancólico, una madurez descubierta e incipiente.

Y por eso primero fueron los pájaros de Atenas, luego el blanco y el azul de Mykonos y, finalmente, el silencio de Santorini. Rincones, momentos y lugares que quedarán aquí y allá, en este u otro tiempo, en esta y otra historia, una historia mía o quizás no tan mía, pero que tendrá el nombre de mi abuelo. Y eso sí va a ser para siempre.

Lugar:

Grecia

Intereses:

Playas

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