Santa Teresa: el flechazo que cambió mis planes

 

Cupido no siempre lanza su flecha a una persona, ya que a veces te enamoras de un momento y un lugar que te obliga a dejarte llevar y a cambiar el rumbo.

 

Cortaviento, ropa deportiva y zapatillas cómodas. Así creí que vestiría diariamente durante mi mes en Costa Rica mientras estuviera explorando todos los magníficos volcanes y parques nacionales sobre los que había leído. Eso pensé hasta que llegué a Santa Teresa y no usé nada más que bikinis, poleras largas y hawaianas durante tres semanas.

Mi plan inicial era ir desde San José a Dominical, luego visitar el Parque Nacional Manuel Antonio y viajar a Santa Teresa. Desde ahí tomaría un bus a La Fortuna, vería el hermoso colcán Arenal y regresaría a la capital a tiempo para mi vuelo a Santiago. Afortunadamente las cosas casi nunca salen como yo quiero y el destino siempre tiene cosas mejores preparadas en mi camino.

Santa Teresa, Costa Rica

La rústica calle principal de Santa Teresa

No fue amor a primera vista

Sabía que Santa Teresa me iba a gustar porque todos me lo habían dicho y, además, la chica alemana con la que me fui desde el hostal en Quepos no se callaba al respecto. Fue tan así que todas las horas en el bus a Puntarenas, en el ferry a Paqueras y en la micro hasta la mítica playa, estuvieron plagadas de conversaciones sobre lo increíble que era este rincón costarricense y lo bien que lo pasaríamos juntas.

Todo iba bien hasta que nos tocó una lluvia de aquellas. Esas que sacan barro de cada rincón, corta caminos indispensables y derriba los ánimos de dos mochileras esperanzadas. Mantuvimos la sonrisa hasta llegar empapadas al hostal donde sólo Rebeka tenía una cama reservada y yo lamentablemente tuve que volver a aventurarme al diluvio porque no tenían cupo para mí.

Estaba muy oscuro, no pasaban vehículos y el solitario camino de barro era mi única opción de encontrar alojamiento para esa noche. Como siempre, estaba muerta de hambre y cansada de cargar con mi mochila hasta que, tras caminar lo que se sintió como kilómetros, encontré un pequeño hostal con unos tipos sentados afuera y decidí entrar.

– ¿Cuántas noches te querés quedar? –me preguntó el recepcionista.

– Mmm, probemos con dos y después te aviso si me quedo otra –respondí desconfiada tras ver el dormitorio donde la ducha del baño parecía querer electrocutar a quien se atreviese a usarla.

– ¡Eres chilena! Yo también –le escuché decir a una de las chicas que estaban sentadas en un sillón y respiré aliviada al sentirme más en casa.

Odié todo ese día hasta que me instalé a tomar cerveza y reír con las seis increíbles personas que ahí se alojaban.

Hostal en Santa Teresa, Costa Rica

De los seis, cuatro trabajaban en el hostal

Pueblo pequeño, corazón grande

En la mañana todo era más lindo. A pesar de que no salió el sol como yo esperaba, al menos ya no llovía, así que salí a recorrer con la Fran y una australiana el hermoso pueblo que todos me habían pintado con palabras.

Santa Teresa tiene una calle principal de tierra con mucho espacio entre una propiedad y la otra. Posee un “centro” que es un pequeño punto al inicio del camino donde se concentran los cajeros automáticos, un supermercado, diversas tiendas y un par de sodas familiares (picadas). Mientras uno camina se encuentra a gente con tablas de surf en la mano, avisos de yoga en las calles, muchos extranjeros y simpáticos locales.

Pero lo mejor es su playa perfecta para poner la toalla donde quieras y compartir con los sociables perros callejeros que llegan a buscarte con un coco en el hocico para que juegues con ellos. El mar es tibio y apto para todos los gustos, ya que hay sectores con piscinas naturales para relajarse y otros puntos con olas que atraen a los amantes de la adrenalina.

Playa de Santa Teresa, Costa Rica

Paseando y chapoteando con Nasty

Amor por la vida simple

En temporada baja yo me enamoré de los atardeceres, de las caminatas en la arena, de mi corto tiempo con mi perrita Nasty, de mis divertidos compañeros de hostal, de mi eterno desayuno de tostadas con mantequilla, del salvaje paisaje rodeado de palmeras, de mis sociables amigos australianos, de las extrañas noches en la Lora discotheque, de los amistosos locales que reciben a todos con una sonrisa, de las fogatas en mitad del camino, de las tormentas inesperadas y de las siestas eternas de relajo puro en el viejo colchón de mi camarote.

Me enamoré de los momentos en Santa Teresa y me olvidé de los volcanes.

Atardecer en Santa Teresa, Costa Rica

Absolutamente feliz mirando el atardecer

Lugar:

Costa Rica

Intereses:

Playas Surf

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