Re-conociendo Moscú
Ahí estaba, el 25 de diciembre en Letonia, intentando caminar por el hielo de la pista de despegue hacia el avión a hélice que me llevaría de vuelta a Moscú. Veinte años pasaron para volver al lugar en el que viví una etapa básica, pero muy importante de mi vida.
En mi mente tenía una nebulosa de Moscú y descubrí que no había cambiado tanto desde los primeros años post Unión Soviética. Todavía se siente el mismo olor al entrar al metro y las escaleras mecánicas con los vagones siguen siendo iguales. Hay menos Ladas y más autos europeos, pero todos patinan por igual en las calles congeladas. Sigo adorando el borsh con smatana (sopa rusa con salsa agria) y el pan es peor de lo que recordaba.
Moscú era el punto de inicio de un viaje no muy organizado pero sí muy soñado: El Transmongoliano (una arista del Transiberiano). El viaje en tren, sin escalas, a través de Rusia, Mongolia y China, dura ocho días. Sin embargo, la idea era parar en algunas ciudades emblemáticas del trayecto. Para empezar tenía que comprar el primer pasaje, trámite en el cual Lyudmila, una adorable y rosada señora rusa, fue la gran salvadora. El destino: Ekaterimburg, saliendo el 28 de diciembre en la noche.
Paseando bajo la nieve
Con dos días por delante para re-conocer Moscú, era obligatorio ir a la Plaza Roja a ver el cambio de guardia en el Kremlin y a la Catedral de San Basilio. Mientras iba camino al centro, a cada paso me sentía más hormiguita. El imponente tamaño de todo lo que constituye la ciudad –las avenidas, edificios, rejas, e inclusive los adornos navideños– te hacen entender la magnificencia, grandilocuencia, y muchos más adjetivos terminados en «encia», de la cultura y visión del país más grande del mundo.
En la plaza central estaba instalada una feria navideña, igual a las de toda Europa en esta fecha. A un lado se encontraba la fila para entrar al Mausoleo de Lenin y, para amenizar la congelada espera, se escuchaba el «Jingle bells, jingle bells…» del carrusel y los juegos infantiles. En el lado opuesto, un mall de lujo acogía a un séquito de novias para tomarse fotos frente a las tiendas internacionales más prestigiosas.
Al adentrarme en la Catedral de San Basilio, fui descubriendo una infinidad de altares e íconos ortodoxos que visten las paredes. Al subir una de las tantas escaleras, se escuchaban cantos religiosos en graves voces masculinas. A pesar de que la construcción de coloridas cúpulas es de las más características de Moscú, la sede del Jefe de la Iglesia Ortodoxa es la Catedral de Cristo el Salvador que se encuentra a las orillas del Río Moscva, lugar que visité justo antes del atardecer.
Los -23 °C y mi básico conocimiento del alfabeto cirílico no impidieron que al día siguiente tomara el metro rumbo al mercado tradicional de Izmailovo. Souvenirs, antigüedades, ropa y matrioshkas (¡hasta había una de la cronología de los presidentes de Chile!) llenaban los estantes. Al caer la tarde, después de una rápida pasada por el supermercado, ya estaba lista para el primer tren.