Quebec desde un globo aerostático
Con el clima a mi favor y a bordo de un globo con forma de Pepe Le Pew, cumplí mi eterno sueño de viajar en un globo aerostático. Ver las maravillas de Quebec desde las alturas es una experiencia que nadie debe perderse. ¡Agenda ya el próximo Festival de Montgolfières!
Uno de mis mayores sueños – y apuesto que el de muchos- era volar en globo aerostático. Como en La vuelta al mundo en 80 días, aunque no aspiraba a un viaje tan largo, sino experimentar esa sensación de serenidad y libertad que sólo un viaje de estas características puede dar.
¿El lugar elegido? Gatineau, a orillas del río Ottawa en la provincia francófona de Quebec, Canadá. Una ciudad donde se habla un francés antiguo que pocos entienden, pero que igual encanta con sus puentes, parques y plazas, la calidez de su gente y su amplia oferta cultural.
Gatineau también ofrece una variada cartelera de espectáculos durante todo el año. En verano, el jazz inunda las calles, los locales disfrutan de los festivales gastronómicos al aire libre y los fuegos pirotécnicos le dan el toque romántico a las cálidas noches. La excusa es estar afuera.
Y en invierno no para. A pesar de los -25 °C, los quebequeses se las arreglan para tirarse en trineo, patinar, y hacer esculturas de hielo. La clave está en vestirse con buena ropa térmica y comerse unos calóricos panqueques con jarabe de arce acompañados, obviamente, por un tazón de chocolate caliente con malvaviscos.
Montgolfières en primera persona
De la amplia lista de eventos, el Festival de Montgolfières (de globos aerostáticos), es uno de los más grandes: cada septiembre atrae a más de 200 mil visitantes junto a renombrados pilotos de todo el mundo y artistas locales de la talla de Céline Dion.
La aventura comienza de madrugada a las 5 AM, y hay que rogarle a Dios que el clima y el viento te acompañen, algo que en Canadá es prácticamente imposible de predecir. En esta oportunidad, ambos estuvieron de nuestro lado.
Nuestro globo aerostático tenía la forma de Pepe Le Pew, el famoso zorrillo. El piloto era un conocido brasilero que, para nuestra tranquilidad, ya había viajado por varias partes del mundo y que además fabrica sus propios globos.
En un vuelo de este tipo, el despegue y el aterrizaje son bastante forzosos. En el primero, apenas se eleva hay que saltar rápidamente y subirse como uno pueda. En el aterrizaje, hay que rogarle a Dios que el globo se detenga y no te des vuelta con el resto de los pasajeros. Aún así la experiencia es única.
En el aire reina el silencio, interrumpido a ratos por el ruido de los quemadores. Sólo se avanza siguiendo la dirección de los vientos, sin más tecnología. El azul del cielo, el color turquesa de las aguas y los verdes prados se entremezclan como si fuera una paleta de colores.
Desde el cielo, observamos a vista de pájaro el extenso río Ottawa, el puente Alexandra con su armadura de acero, el Parlamento, los lagos y los parques, serpenteados por eternas ciclovías donde los quebecois hacen deportes en invierno y en verano por igual.
El más sobresaliente es el Parque Gatineau, el pulmón de la ciudad, que en invierno se tiñe de blanco y se convierte en el lugar preferido para el esquí de fondo. En verano, en tanto, es el rincón para correr, practicar trekking, nadar y andar en canoa. En otoño dominan los rojos y naranjos y los senderos se repletan de hojas que crujen al pasar.
Tras estar una hora aproximadamente en el aire, un “salud” y un diploma por haber vivido esta experiencia única sellan la velada. La diversión continúa en la ciudad con mucha música en vivo, baile, comida típica, bebidas y juegos al aire libre. Como buenos franceses que son.