Perdida y encontrada en la loca Full Moon Party
Dicen que la gente se vuelve extraña en cada luna llena. Pero si a ello le sumamos baldes de alcohol, pintura fluorescente, fuego y mochileros con ganas de divertirse, sólo se puede esperar una noche aún más eufórica donde lo mejor y lo peor puede pasar.
Mi mamá no es una madre normal. Ella cree que cada vez que salgo de fiesta habrá un terremoto, que cada vez que voy a la playa habrá un tsunami y, por supuesto, que cada vez que hay luna llena me debería quedar en casa.
Al principio pensaba que estaba lista para el psicólogo. Pero cuando empecé a reflexionar al respecto, llegué a la conclusión de que quizás no está tan equivocada en el último punto. Después de todo, la marea aumenta con cada luna llena, así que si consideramos que el agua constituye cerca del 65% del peso corporal de un humano, la idea de que este satélite natural nos afecta una vez al mes no debería descartarse inmediatamente.
De todas maneras no me importó y, en mitad de mi retiro del ruido en Koh Lanta, Tailandia, decidí hacer todo lo posible para llegar a la famosa isla de Koh Phangan, donde cada mes se realiza la mítica Full Moon Party.
Después de viajar en una minivan, un bus y un ferry, me bajé en el muelle que cada mes recibe entre 10 mil y 30 mil mochileros con ganas de dejarlo todo en la arena. Sin embargo, yo no conocía a ninguno de ellos, pero confiaba demasiado en que terminaría en un gran grupo de gente prendida. No fue así.
Mientras caminaba completamente perdida y sin ninguna idea de dónde tenía que ir, un sociable holandés se acercó a conversar, me dijo que fuéramos a ver el atardecer antes de que oscureciera y me prometió que después íbamos a buscar un hostal donde quedarnos. Como era de esperarse, ya todo estaba ocupado y terminamos arrendando el bungalow más mediocre que he visto. Dejamos las mochilas y fuimos a dormir, porque el día siguiente se venía on fire.
Cuando al fin llegó el esperado momento, me compré una polera fluorescente como la tradición manda y pintamos todo nuestro cuerpo con diseños que sólo un borracho en ácido podría encontrar bonitos. ¡Estábamos listos! Una vez en la playa de Haad Rin, compramos los llamativos buckets de copete y prometimos no separarnos nunca. Pero a veces las cosas no me salen como yo quiero y terminé perdiendo a mi nuevo amigo a los 30 minutos de haber llegado.
Ahí me encontraba rodeada de gente descontrolada, que en el mejor de los casos sólo habían bebido de más. Decidí no preocuparme y pasarlo bien, así que seguí caminando para ver todo lo que había: cuerdas en llamas, escenarios llenos, barras larguísimas, baños asquerosos, un sector para dormir, gente poniéndose cariñosa en la arena, shows de fuego e incluso tarotistas que prometían adivinar tu futuro (spoiler: no le achuntaron a nada).
Cuando encontré que ya había tenido suficiente fiesta y ya estaba a punto de regresar a mi miserable bungalow, vi a un amigo belga que conocí en Australia, con el que jamás pensé encontrarme entre esas miles de personas. Resulta que él también se había perdido de su grupo, así que nos quedamos celebrando juntos después de no vernos por más de seis meses, y me convenció de pasar por el limbo en llamas, tirarme por el tobogán con agua, dejarlo todo bailando en un escenario e incluso nadar en el mar más asqueroso que he visto.
Terminé volviendo en un tuk tuk al amanecer, sin hawaianas y con ningún baht en mi billetera, pero con esa sensación de que había vivido una de las mejores experiencias de mi vida. Si bien es entretenido viajar sola y descubrir las cosas a tu ritmo, no hay nada mejor que celebrar con la gente que uno quiere. Este era el único ingrediente que me faltaba para hacer de la Full Moon Party uno de mis recuerdos favoritos de Tailandia.