¿Pasemos el año nuevo en París?
Había bromeado tanto con pasar un año nuevo en París, que ya me parecía un cliché. Pero una vez que estás ahí no hay palabras para describir la experiencia de conocer la ciudad de las luces un 31 de diciembre. Por Ximena León.
Antes de llegar a Europa, cada vez que me preguntaban qué haría para la noche de año nuevo respondía “¿y si no vamos a París?”, claramente en broma. Sería la primera vez que pasaba las fiestas fuera de Chile.
Pero esa vez no fui yo quien dio la idea. Un día sonó mi celular y, sin mediar saludo, escuché: “Nos vamos a pasar el año nuevo a París”. Al escuchar esa frase pasó toda mi vida frente a mí en sólo un segundo.
El 31 de diciembre partimos con maletas en mano para subirnos al tren y luego tomar el metro para encontrar el apartamento que habíamos arrendado. De ahí sólo quedaba comprar el espumante para celebrar a las 12.
Una vez que teníamos todo cubierto, salimos a pasear. El clima fue un regalo pues, aunque hacía frío, había un sol radiante. Nuestra primera parada fue la Torre Eiffel, un lugar realmente impresionante, donde se comenzaba a respirar el ambiente festivo.
Intentando hacernos entender, logramos que nos dijeran dónde se reuniría todo el mundo a pasar las doce. Para nuestra sorpresa, los fuegos artificiales no serían en la torre, sino en el Arco de Triunfo.
Ya de noche emprendimos rumbo al punto de reunión. No conseguimos la mejor ubicación, pero no importaba, porque estábamos en París. Entre fuegos artificiales y miles de personas –franceses y extranjeros– “bonne année” se convirtió en la frase de la noche.
Celebramos con espumante y seis macarones, la tradición para tener un gran año Sin embargo, supersticiones aparte, conocer París en una fecha así de especial vaticinaba que el 2015 sería un tremendo año.
El momento fue inolvidable. Las personas celebraban, los fuegos explotaban en el cielo, los idiomas se mezclaban y se respiraba alegría por todos lados. Incluso logramos que un francés cantara el himno nacional de Chile.
Más tarde la celebración continuó frente a la Torre Eiffel, donde el cliché se convirtió en realidad. Fue simplemente maravilloso.
Pero el viaje no terminaba ahí, pues aún nos quedaban cinco días para conocer la ciudad. Con una lista en la mano de todo lo que queríamos visitar, comenzamos a armar nuestro itinerario: el Louvre, el Palacio de Versalles, el Pompidou, el barrio judío, los Campos Elíseos, los Jardines de Luxemburgo y el infaltable vin chaud acompañado de crepes con Nutella para el frío.
París puede sonar un destino algo trillado, pero realmente estar ahí es otra cosa, más aún en temporada relativamente baja. Se respira un aire distinto y la ciudad se apodera de ti.
Hacia donde mires ves algo lindo, con historia, lleno de significados. Y saber que ahora, además, cada vez que hablen de París o veas una película filmada ahí, todos esos lugares estarán cargados con tus propios recuerdos, no tiene precio.