Namaste India
Viajar a India es volver el tiempo atrás, retroceder siglos a un lugar en donde la vestimenta, el lenguaje, los modales, la religión y hasta la forma de relacionarse es completamente distinta.
Un día cualquiera le dije a mi mamá que hiciéramos una lista de cinco deseos que debíamos cumplir antes de morir. Al fin y al cabo, siempre he pensado que la vida es para disfrutarla, cumplir nuestros sueños y hacer lo que nos hace feliz.
Tenían que ser las cosas que más deseáramos en la vida. Y yo, que siempre me fui a dormir en una habitación con un mapamundi gigante en la pared, por supuesto elegí dos deseos relacionados con viajes.
India era el más importante, pero también el más complicado. Primero, porque era un deseo exigente, quería ir sola y estar al menos tres meses en el país; y segundo, por lo caro que era para mí en esa época.
Desde el día en que lo escribí en ese papel esperé dos años para verlo cumplido, y desde el primer instante que llegué al dichoso país, disfruté cada instante.
Muchos creen que es un lugar místico o lo comparan con un ashram de yoga y meditación, pero la realidad es otra. Viajar a India es volver el tiempo atrás, retroceder siglos a un lugar en donde la vestimenta, el lenguaje, los modales, la religión y hasta la forma de relacionarse es completamente distinta.
Recuerdo que las primeras semanas que estuve allí me llegaban mails de amigos preguntándome cómo iba mi viaje espiritual, y yo sin saber que decirles. La crudeza de ver a los niños muriéndose de hambre en la calle, las mini familias armadas por los traficantes en el metro, los vagabundos en sus casas de cartón, la crueldad del sistema de castas… En realidad, sí, India si es un país espiritual, pero no de la forma que muchos lo imaginan, creo que tiene que ver con lo que ocurre dentro de ti luego de conocerla.
Un viaje de ida y vuelta
Tuve la suerte y fortuna de conocer los dos mundos: el acomodado y el pobre. Por las noches salía a los locales de moda en Delhi y compartía con una sociedad que deseaba sentirse occidentalizada, mientras que por el día me paseaba por los barrios más pobres, y me impresionaba con las imágenes de sus cientos de dioses y tradiciones milenarias.
Como no fueron suficientes los tres meses, al año exacto volví y me dediqué a recorrer algunas de sus ciudades más importantes y otras menos desconocidas. Me bañé en el Ganges rodeada de búfalos, presencié la cremación de algunos muertos, y hasta medité diez días sin hablar en esos centros donde no existen los turistas ni te cobran.
Creo que para cualquier persona extranjera que viaje o viva allí un tiempo, es imposible que al volver a su hogar no aprecie un poquito más cada partícula de vida.
Recuerdo que el slogan de la campaña turística del gobierno de India decía en inglés «Incredible India», y sí que lo es. Un país al que amas u odias, dueño de pueblos en donde el tiempo se detuvo y paisajes que enamoran. Un destino mágico, un país único, un sueño cumplido, un antes y un después asegurado para el que se atreve a visitarlo.